sábado, 25 de abril de 2020

Tiempos líquidos

Las teclas hierven frenéticas en el teclado del ordenador mientras la pantalla se ilumina con una sucesión de vocales y consonantes en simpáticas agrupaciones. En la radio, una cadena musical anuncia que son las 12, las 11 en Canarias y un relámpago de lucidez me atraviesa el cuerpo. A las doce y media sin remedio tengo una cita improrrogable y el relato está aún a medio revisar. Comienzo su lectura desde el principio y me pierdo entre vívidos colores, profundas emociones y poéticos giros dentro de la historia de José, un joven de edad cercana a los cuarenta que persigue a una misteriosa desconocida, igualmente joven y también, con toda seguridad, cerca de la cuarentena. Sigo sus pasos hasta el viejo café en el que se encuentran, las más comunes y torpes tretas para entablar conversación y la oportuna aparición del camarero con la cuenta pendiente del día anterior y el inoportuno comentario sobre la acompañante pasada y la presente. Remato con la indolente actitud del protagonista y su victimismo sin sentido mientras ella continúa hacia la barra para tomarse el café que oportunamente se añade a la cuenta de José. Cambio algún adjetivo, repaso la concordancia de los tiempos verbales, me aseguro del significado de la palabra gualtrapa y guardo el documento.

Ya más descansado, con la satisfacción del trabajo bien hecho, henchido tanto por la frase hecha como por su significado, abro la cuenta de correo electrónico, tecleo las primeras letras del correo de la editorial, detallo en el asunto el número del episodio que se envía y me permito hacer un guiño a la agradable visita de la semana anterior antes de despedirme cordialmente. Luego, presiono el botón de enviar y mecánicamente dejo caer la vista en la parte inferior derecha de la pantalla. Las 12:05.

No ha sido un sueño, pero el tiempo se ha dilatado exactamente igual que si lo fuese. En cinco minutos he viajado a las Canarias, a las calles de una regia capital europea (que por sus viejos cafés podría ser París o Viena, pero también Praga, o Bruselas, o Berlín, o Budapest), a la sede madrileña de la editorial y de nuevo a casa, donde aún me quedan 25 minutos para seguir soñando.

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