(continúa)
Al acercarse a la puerta de la cafetería activó los sensores de la puerta
corredera, que impulsaron el movimiento horizontal de retirada de las dos
láminas de cristal traslúcido dejando franca la entrada a la luz. A estas
alturas, atravesar ese umbral le suponía solo ya la incertidumbre sobre el
momento vital al que viajaría y en qué circunstancias mentales y físicas, ya
que contaba con abandonar el repiqueteo de su cabeza, así que siguió para
adelante a ciegas y se dejó bañar por la luz.
Se sorprendió al verse en el espejo del baño, casi como si no reconociera al
individuo que lo observaba entre perplejo y desafiante. Su pelo cuidadosamente
revuelto, aparentando despreocupación, una pequeña perilla con bigote como la
de Johnny Depp en aquella pésima película que rodó en Italia con Angelina
Jolie. Reconoció el jersey de grandes franjas azules y blancas, los pantalones
vaqueros azul intenso y las deportivas de casual runner. Era una de sus
combinaciones favoritas para su primer trabajo en el centro de llamadas.
Recordaba que había identificado ese estilo informal y moderno cuando el día
de la entrevista, encamisado y con pantalones chinos anchos, le tocó esperar en
la salita junto al resto de candidatos y pudo observar a través de la pared acristalada
el ir y venir del personal. Y en concreto a Toni.
“Bienvenido al paraíso de los vendemotos” fue la bienvenida con que acompañó
una palmada en la espalda en su primer día como vecinos de cabina. Le había
ayudado a encajar en el ambiente competitivo y amigable del equipo con íntimas
y breves charlas en la sala de fumadores, donde el tacto espeso del tabaco
consumido, llenaba cada rincón con su caricia rugosa.
Juanfran, el responsable de ventas, es un tiburón azul, pero le encantan las
fiestas de empresa y se olvida de las clasificaciones y los ratios de éxito con
un par de gintonics al son del reguetón más comercial. Te conviene aceptar el
reguetón, pero no promoverlo, hay una fina línea, ¿sabes? Porque si te pasas
nunca te llevarás bien con Rudolph, de recursos humanos, se llama Rodolfo pero
como hizo un master en Noruega todos le conocemos como Rudolph. Puedes llamarle
así, no le importa, de hecho yo creo que lo agradece porque se siente como en
la serie esa de los publicistas en la que no pasaba nada.
A cada charla-monólogo, casi sin darse cuenta, se había ido transformando en
Toni, bebiendo batidos multicolor en enormes vasos de plástico de usar y tirar
y cortándose el pelo en una barbería moderna, de esas llenas de palabras
inglesas en tipografías antiguas sobre chapas de latón lacadas en blanco o
negro. Por ese mismo camino se veía cada vez más lejos de sí mismo y pensándolo
bien, ¿cuándo había estado cerca de sí mismo?
El parpadeo de la bombilla que colgaba del espejo lo devolvió al cuarto de
baño y a esa mirada perpleja devuelta por su propia imagen, casi recordándole
que estaba lavándose la cara y las manos que traía sucias de haber estado
preparando el bizcocho para la tarta de cumpleaños de su sobrina. Mientras se
secaba las manos reparó en la esquina inferior del espejo.
Oculta entre los inútiles cepillos de dientes y los dentífricos secos y
destapados asomaba una foto amarillenta y un poco humedecida. Retiró el vaso
con toda la instrumentación de higiene dental y tomó la imagen entre sus manos.
Un joven de ojos verdes, peinado a raya con un brillo excesivo del cabello,
posiblemente debido a la gomina le sonreía y guiñaba un ojo que, tras el
forzado parpadeo, se le mostraba gris oscuro.
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