martes, 27 de diciembre de 2022

Comentarios - Buena suerte

 Cuarta y, por el momento, última novela de Nickolas Butler, en la que se despega de su personaje  común en las tres anteriores: Wisconsin. En esta ocasión, Butler viaja hacia el oeste como ya hicieron tantos (y tantas) buscavidas en la época de la fiebre del oro. Y no sé si por casualidad o destino, precisamente sobre ello trata esta novela que ya nos da una pista en su título.

 La obra se entromete en la vida de Gretchen, una abogada de éxito de California que está construyendo una mansión en un recóndito y extenso a partes iguales, terreno en el estado de Wyoming, a las afueras de un pequeño pueblo llamado Jackson. Allí Gretchen ha convocado a la constructora True Triangle Construction, una modesta empresa de reformas bajo la que se esconde la amistad de tres hombres.

Aquella era la casa que había de cambiar su suerte para siempre. Podían presentirlo. En cuanto Cole tomó el desvío de la carretera principal y, tras cruzar la portilla abierta de una cerca de ganado, comenzaron a ascender en dirección norte por el polvoriento camino del cañón, todos pudieron percibirlo: dinero. Era una suerte de vibración en el aire límpido de la montaña, algo que flotaba en él como una promesa, como una expectativa que resecaba la boca y erizaba la piel a medida que avanzaban en la camioneta. Casi podían tocarlo en el viento que mecía las últinas hojas del verano y acariciaba la hierba de los campos que ya amarilleaban mientras sonreían a las aguas moteadas del río que corría más abajo.

En su cuarta novela, Butler vuelve a las historias de amigos y sigue con su idea de varios protagonistas masculinos, trabajada ya en Canciones de amor a quemarropa y El corazón de los hombres. Un rasgo de su estilo que, junto con la pasión por la naturaleza sea tal vez la principal seña de identidad del autor. Por cierto, tal es su amor por la fauna y la flora, que en esta novela situa un halcón anidando en uno de los edificios de oficinas de California, frente al que trabaja.

Me quiero detener en esta ocasión en las descripciones de personajes masculinos de Butler, en concreto de un secundario maravilloso, el viejo Jerry:

Jerry tenía unos 50 años, una panza voluminosa y afición por los collares de oro, los anillos de meñique y las mascotas exóticas. Era una reliquia de los años 80 y su forma de vestir parecía inspirada en las películas de Michael Douglas de aquella época. Llevaba una barbita de dos días meticulosamente recortada y un solitario pendiente de diamante. Aunque hacía tiempo que su cabello se batía claramente en retirada, en un acto de protesta se había dejado largo el poco pelo que le quedaba y lo llevaba recogido en una cola de caballo bastante desesperada y de aspecto humedecido -o tan pringosa de algún producto que parecía mojada-.  Llevaba siempre vaqueros lavados a la piedra sujetos con cinturones trenzados y calzaba mocasines, excepto durante el invierno, época en la que los sustituía por unas botas de la marca UGG de tamaño siempre exagerado.

El nivel de detalle con que, en pocas líneas, dibuja a sus personajes, nos habla de un poeta encariñado con el pasado, pero no el tipo de persona para el que el pasado es glorioso y, por supuesto, mejor que el presente. Es más un evocador de sensaciones pasadas. Como si necesitara, en estos tiempos de celeridad sin fundamento, recordarnos que pasaron cosas importantes, y que tal vez sea bueno parar, echar la vista hacia atrás y repasar la historia antes de seguir avanzando.

Aunque, claro, no todos los días se levanta alguien con la buena suerte de su lado... ¿o sí?


lunes, 19 de diciembre de 2022

Comentarios - Relatos con dos orillas

Con gran alegría recibimos el libro de relatos de nuestro querido amigo Oscar Battistón, compañero de activismo y de ricas conversaciones literarias y filosóficas. Por todo ello, agarré estos relatos con muchas ganas y tremenda curiosidad.

Tengo que reconocer una parte de sorpresa, pues el universo narrativo de estos relatos está tremendamente conectado y, además, por una voz poética muy propia del autor. Ahí menos sorprendido, pues sí es perfectamente reconocible el narrador detrás de las historias.

Ya en su primer relato: Mis orillas, que es una interesante introducción/autoficción, marca el tono introspectivo característico de la novela psicológica que acompaña a los textos, fundiéndose con tintes reivindicativos, costumbristas y líricos:

Pareciera que de un tiempo a esta parte el mundo se hubiese encogido. Que ya no hay "aquí" ni "allí". Que ningún lugar queda demasiado lejos como para que le crezcan confines o especificidades. Que asistimos a una extinción de las diferencias, un genocidio de los matices. Tal vez, callados inventos de la globalización.
(...)
Otras veces, uno mismo es el mundo a su alcance. Pero el tiempo y las circunstancias también existen. Y uno se descubre habitado por varios yoes. Desde el niño que soñaba al hombre que pensaba ser hasta el hombre que extraña al niño que fue. Desde el cobarde abochornado al valiente que al menos lo intenta.

Hay en este libro de relatos, publicado por Ediciones El Drago, un conjunto de historias contadas en primera persona, con un lenguaje directo y combativo, pero también nostálgico y evocador. Son la gran mayoría y es difícil señalar preferencias por la variedad de matices: el humor ácido de Justicia poética, la nostalgia familiar de El último viaje o la arenga de Abrir los ojos. Y luego están los pocos relatos en tercera persona, con narrador omnisciente.

Puede que estos tres relatos, La infancia en la Villa, Las listas del portero o La lentitud de los finales, me hayan llamado la atención en mayor medida. No hay un motivo particular, pues todos ellos se balancean entre esas dos orillas que reclama Oscar desde la emoción íntima al dolor social pasando por una de las constantes de este mundo globalizado, las dificultades de la comunicación interpersonal, las verdades calladas o no intuidas.

Para cerrar, he elegido el primer párrafo de Las listas del portero, quizá el relato menos circunscrito a la geografía, pues sucede en un edificio que bien podría estar en Argentina, tanto como en España:

La bolsa de basura se estampó contra el piso del patio interior, desparramando sus mierdas e impudicias. Como un inmenso estómago enfermo explotado. Como hojas de un libro obsceno descubriendo los secretos del vecindario. Restos malolientes de comida, saquitos de infusiones rotos, algún pañal de bebé y compresas femeninas usadas que, por suerte, no escaparon de la precaria envoltura en que habían sido puestas. Y todo encharcado en un jugo viscoso, fétido, en el que se juntaban todas las esencias de la descomposición. Fue un antes y un después. ¡Hasta aquí podíamos llegar!

Claro que no todo es ligereza y humor. Relatos como La banalidad del mal son una sacudida de realidad, testimonio crudo de un pasado y una memoria que  nos gustaría fijar contra el olvido, pero de la que nadie parece estar a favor.

Una colección de relatos muy recomendable, que se lee tan rápido como despacio se recomienda digerir. Y adecuado para cualquier época del año. ¡Enhorabuena, Oscar!


viernes, 16 de diciembre de 2022

Comentarios - Algo en lo que creer

 El niño rio al pasar sus suaves manitas por la frente fruncida del abuelo, tocando sus cejas encanecidas, sus párpados y sus pestañas. Luego le colocó la venda justo por encima de la nariz y de las orejas y echó a correr por el cementerio soleado, buscando un escondite.
- Cuenta hasta veinte, abuelo -gritó el pequeño.
- Misisipi uno... Misisipi dos... Misisipi tres -contó en alto el abuelo, sin prisa, paciente como un polvoriento reloj de pared abandonado en la esquina de un comedor.

Con este entrañable y tétrico arranque nos sumergimos en la tercera novela de Nickolas Butler, con la que culmina su trilogía de Wisconsin. En esta ocasión deja a un lado lo imaginario para inspirarse en hechos reales, aunque la historia sucediera en Weston y el autor la desplace a Eau Claire, un par de horas hacia el oeste.

 

Al igual que en El corazón de los hombres y Canciones de amor a quemarropa, el protagonista principal es un hombre, el viejo Lyle Hovde, un recién jubilado que aún hace algunos trabajos en el campo y sobre todo se dedica a su nieto (el mismo que al principio le coloca la venda en los ojos).

Es quizá en esta obra donde más claramente hay un protagonista, siendo las anteriores algo más corales, Es curiosa la evolución de la voz narradora de sus novelas, cambiante en Canciones, omnisciente aunque partiendo del punto de vista en El corazón y clásica (tercera persona con protagonista definido) en esta. Me aventuro a suponer que basarlo en hechos reales casi le obliga a adoptar ese lugar, o al menos haga que el autor se sienta más cómodo ahí.

Lyle lo miró atentamente. Lo observó mientras él contemplaba desde allí, de pie, las filas de feligreses. (...) Lyle buscó con la mirada a Shiloh, situada un poco más adelante en el pasillo. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa que Lyle no recordaba haber visto en meses, años tal vez. (...)
Fue en ese momento cuando se le vino la palabra a la cabeza: rebaño. Los gansos también formaban rebaños: bandadas. Y los patos. Pero los gansos y los patos también podían arruinar sin remisión el césped de un parque con su incesante producción de excrementos. La ocurrencia estuvo a punto de hacerle reír, pero se contuvo y trató de mantener la seriedad estudiando a los parroquianos.

La historia de Lyle y de su hija adoptiva Shiloh es la de tanta gente que necesita (o cree necesitar) algo en lo que creer. Un argumento, el de la fe, que mueve montañas, con todo lo que implica, de heroico y de peligroso. Así pues, la novela se acerca a los límites de la fe. Esos que quizá ahora estén tan difuminados con las así denominadas "seudociencias". 

O puede que sea al contrario, y la novela hable de los límites del pensamiento científico frente a la amplitud y calado de discursos negacionistas (recordemos que no han pasado tres años desde que cierta "eminencia" política norteamericana negara las letales consecuencias del COVID.

En cualquier caso, tener algo en lo que creer parece necesario para el autor, que se pregunta más bien por lo que sucede en caso de conflicto entre dos creencias contrapuestas. Ahí, y por supuesto en toda la ambientación, como siempre rodeada de detalles de la naturaleza, descansa la fuerza de esta historia.

A propósito, los capítulos se dividen por estaciones, comenzando en primavera, lo que nos permite conocer las principales características meteorológicas de Eau Claire y seguir el ciclo de la vida a través del cuidado de los manzanos de un matrimonio que aún contrata a Lyle para trabajar en la finca.

lunes, 5 de diciembre de 2022

Comentarios - El corazón de los hombres

 Este año lo voy a despedir con Nickolas Butler, un gran descubrimiento que, por supuesto, me hizo mi tía al dejarme su primera novela Canciones de amor a quemarropa. A raíz de comentar con ella la calidad del relato y la humanidad de sus personajes, me advirtió que tenía todo lo que había escrito y ya me lo dejaría.

Así, me veo comentando ahora su segunda novela, El corazón de los hombres, en la que nuevamente nos lleva a Eau Claire y los alrededores de Wisconsin para trazar una historia de tres generaciones de hombres cuyo punto de conexión es un campamento de boy scouts. Así arranca:

Al Corneta no le hace falta despertador. En la cerrada oscuridad de moho y lona, sus manitas buscan a tientas las cerillas, raspan la punta sulfurosa de una contra la caja, la cerilla prende y arde, y, por fin, el farol, con su dorada luz de queroseno, la mecha, que quema como un pulmón ardiente. Bosteza: se quita el sueño de los ojos a restregones. Con esta luz nueva busca las gafas y las encuentra, y ahora distingue los detalles de la tienda, sus sombras, sus cosas. Un búho ulula desde la copa de un arce cercano mientras el chico abre los faldones de la tienda y se estremece en el frío que precede al alba.

De esta manera nos presenta al que será uno de los protagonistas de esta historia, Nelson Doughty, un joven scout sin amigos en la primera parte (1962), heredero del campamento scout en la segunda (1996) y tercera (2019) partes. Acompañando a Nelson está la familia Quick en sus diferentes generaciones: Jonathan, compañero y prácticamente coetáneo de Nelson, su hijo Trevor y su nieto Thomas. La mujer de Trevor, Rachel, aparece en la tercera parte, siendo el único personaje femenino en un campamento scout (y en una historia, como ya el título propio indica, de hombres).

Al igual que Canciones..., este relato reflexiona sobre la amistad y sus valores, los mimbres en que está construida según el pensamiento dominante: la lealtad, la guerra, la heroicidad, el respeto... pero también, y especialmente en el caso de los hombres, la camaradería y la relación de poder sobre las mujeres. Hay momentos verdaderamente desagradables y algunos malabarismos de cuestionamiento/aceptación del sistema como por ejemplo aquí:

El chico hace un ademán decidido con la cabeza y dice:
- Esto es una puta mierda.
-Bueno, tú lo único que puedes hacer es tratar de ser un hombre mejor. Los momentos como este los aceptas y aprendes de ellos. Piensas: "No quiero ser un padre así. No quiero ser un marido así". Y guardas eso en tu interior, como un recuerdo, pero también como algo más grande. Un código.
Trevor tiene la vista clavada en la piscina.

Además de ello, también resalta, y el autor goza situando la acción en el campo, el amplio conocimiento y el amor por la naturaleza de Butler. Especialmente por las aves. Ya hemos visto un búho en las primeras líneas de la novela y a lo largo de toda ella veremos somormujos en el lago, cuervos, águilas, halcones... Toda una lección de ornitología en unos parajes descritos con el mimo y el cariño de alguien que los ha vivido y los disfruta.