miércoles, 27 de mayo de 2020

Escritos XXXIII - Despedida

Hoy he entrado en el blog y me he fijado por primera vez en ese pequeño aviso que cierro automáticamente. Hasta ahora, como hago con todas las páginas web, hacía un rápido escaneo en busca de "X" o de "close" o de "cerrar" y las pulsaba sin hacer caso a nada más. Aceptar cookies, recibir notificaciones, suscribirte a nuestra lista de correo, incluso alguna publicidad es el contenido que intuía, por otras experiencias.

Sin embargo, al ser un blog y de google, pasé por alto otro de los clásicos "invasores" de la pantalla, el mensaje de ayuda. Pues bien, hoy he leído el aviso y decía que mañana se actualizará en todos los blogs la configuración, pasando a un formato nuevo, más adaptado a móviles. Por suerte, me queda un día de prueba, hoy, así que decido actualizarlo ya, sabiendo que aún es reversible y me sumerjo en la navegación.

Creo que el mundo se divide entre quienes tenemos más resistencia al cambio y quienes tienen menos, así que he pasado los primeros 10 minutos quejándome de todo sin entender dónde habían acabado esos menús desplegables que llenaban la pantalla de flechitas hacia abajo y hacia la derecha. Pasado ese rato, he comenzado a "pensar intuitivamente" como si hubiera nacido en la era de internet y el código binario corriera por mis venas.

Tras revolotear un poco entre viejas entradas y comentarios, visitar las estadísticas para confirmarle a Pepe la importancia de los likes y releer el recuerdo de cuando trabajé de camarero en un crucero, he encontrado el redondel con el símbolo de más que me permitía acceder a escribir una nueva entrada.

Recorriendo de un vistazo la interfaz nueva, toda llena de iconos que sustituyen a las viejas palabras, me he alegrado de haberle dedicado un escrito al antiguo panel de edición del blog. No he llorado, pero sí he notado un pálpito diferente, probablemente el aviso de mi corazón, que me repite constantemente la importancia para mi de la memoria y los recuerdos.

Y no tiene por qué estar reñido con el cambio ¿no creéis?

martes, 26 de mayo de 2020

Escritos XXXII (parte 3)

(continúa)

Pocos segundos le bastaron a Rober para intuir que la apuesta de Simón tenía que ver con su capacidad, no siempre positiva, de encenderse con cualquier afirmación categórica y así se lo confirmaban las risas cómplices de Luz y Simón (¿quién sabe si, además, esta complicidad no la llevarían a otros terrenos? - temió inundado por los celos).

- No os entiendo, parece que ahora vuestro pasatiempo es psicoanalizarme ¿o qué? - bramaba Rober con una incomodidad visible en sus descoordinados balanceos sobre el taburete - Si pensáis que voy a quedarme como si nada es que no me conocéis. ¿O también habéis apostado a que me marcho dignamente y no volvemos a vernos? - se giró hacia Arturo, el único que aún no había ganado ninguna apuesta - ¿Esa es la tuya?

Arturo que bebía a sorbos cortos y frescos su cerveza, alzó la mirada y se sumergió en el color castaño claro que destilaba tristeza en minúsculas partículas de llanto contenido. Ahora se sentía culpable. Rober no lo sabía, pero Arturo había sido el iniciador de todo este juego un día que, durante un debate, aquél le había llamado moderno sin criterio y su orgullo se había sentido tremendamente dañado. Vio ese dolor en los ojos de Rober. Ya está, pensó, tenía su merecido. Sin embargo, no sentía el placer frío de la venganza sino un hondo arrepentimiento.

- Rober, lo siento. Fue una estupidez, se me ocurrió un día que me molesté con tus comentarios. Para ti serán humildes opiniones, pero me dolió ver lo que un amigo opinaba de mí. Es verdad que había apostado a que te enfadarías e incluso dejarías de hablarnos durante una semana. Hasta me jugué un fin de semana en la playa a que te saldrías del grupo de Cerveceos culturales y luego le pedirías a Luz que te añadiese. Lo siento. De veras.

Además de Rober, también Luz y Simón se quedaron mirando a Arturo, visiblemente afectado por toda la situación, y guardaron unos segundos incómodos de silencio en los que aprovecharon para ajustarse las camisetas y atusarse el pelo, como si quisieran así recomponerse y dejar atrás el bache. Entonces, Simón y Luz comenzaron a balbucear a la vez:

- Este... yo... no, habla,... no, tú primero... - y mientras no dejaban de mirarse de reojo, la cabeza gacha, las mejillas sonrosadas y el ardor de la vergüenza recorriéndoles la sangre, Arturo y Rober comenzaron a reir inténsamente, dejando ver sus enormes bocazas en todo detalle, desde los dientes amarillentos a las muelas picadas, pasando por las blanquecinas y rasposas lenguas.

Luz y Simón se observaban atónitas, sin parar de observar a sus amigos, viajando de una risa a la otra, buscando en el reflejo de las arrugas de sus ojos una respuesta a tanta descontrolada alegría. Hasta que Rober, tras un fatigoso esfuerzo por serenarse, habló: Arturo, te dije que lo iban a sentir más que tú, me parece que el fin de semana me lo debes a mí - y continuó riéndose aunque más alto hacia dentro que hacia afuera en esta ocasión.

Mientras las luces amarillas, el arrastrar sucio de taburetes y las ruidosas voces de gallinero hacían girar la cafetería en diferentes direcciones para Rober, Luz y Simón, Arturo pensó que no había sido tan difícil organizar un fin de semana a solas con su mejor amigo sin levantar sospechas. Y suspiró pensando en todas veces que haría falta explicarles esto. Con sinceridad y sin juegos.

lunes, 25 de mayo de 2020

Escritos XXXI (parte 2)

(continúa)

Llevaban varios días apostando rondas y cenas gratis a quien supiera predecir el comportamiento de Rober y esta vez, Luz lo había conseguido. Con el ceño fruncido ligeramente, dejando que dos grandes surcos expresaran su malestar más rápido de lo que las mil palabras que se le ocurrían febrilmente, les pidió detalles de este nuevo jueguecito.

Con una risa condescendiente que dejaba entrever la preciosa sonrisa que a él tanto embelesaba, Luz le explicó y suplicó que no se lo tomara como algo personal. Y detalló su teoría del automatismo discursivo imitando su mecánico doblaje y desdoblaje de cazadora como prueba definitiva, sumada a los 45 minutos de retraso que llevaba según su plan por haberse puesto a discutir.

Rober asentía mecánicamente, mientras el vaso de cerveza de su amor estallaba en pedazos y las esquirlas se incrustaban en las paredes de su corazón, o de cualquier otro órgano que albergara los sentimientos, ya que él afirmaba obstinadamente que no había una razón científica a centralizar el amor en el corazón como hacía la literatura.

Simón, que temía un desengaño así por lo mucho que sabía de Rober, observaba cómo se abotonaba y desabotonaba el cuello de su camisa de cuadros rojos y azules para contener la tristeza. Tras contar dieciocho repeticiones, intervino:
- Bueno, ya está, era una chiquillada, una de esos juegos crueles que nos hacen parecer más niños. Está claro que Luz te conoce bien y sabía que entrarías al trapo con cualquier cosa.

Rober, que había estado reprimiendo la respuesta, encontró el camino abierto y contraatacó ferozmente con un monólogo hiposo:
- ¿Sabéis lo que os digo? Que no creo que Luz tenga razón. No creo que haya reaccionado automáticamente ni traicionado mi plan por una discusión, lo que creo es que he defendido una postura acerca de la obra que, teniendo en cuenta que no tengo ni idea de teatro, no es más que mi opinión, pero a la vez tan válida cómo las vuestras y sin embargo ni siquiera la habéis escuchado porque os parecía más interesante el jueguecito ese de las apuestas.

Comenzaron a hablarse a la vez y entre sus cuatro voces entrelazadas viajaban manotazos verdes  y amarillos de la barra a sus bocas, permitiendo que la cerveza y las aceitunas apaciguaran el ruido de sus monólogos superpuestos. Al cabo de un liberador rato de soledad acompañada, se callaron y entonces, Simón le dijo a Arturo:
- Yo pagaré esta ronda, pero tú nos debes una cena.

viernes, 22 de mayo de 2020

Escritos XXX (parte 1)

A Rober le gustaba mucho debatir. Pero no era como uno de esos tertulianos que opinan de todo supliendo su falta de conocimiento con afirmaciones casi tan tajantes como ridículas. No, él era más humilde. Antes de cada frase, siempre empezaba con un "en mi opinión" o un "no conozco bien el tema, pero"

A pesar de ello, en los círculos de debate de aquel improvisado café cultural, entre visillos empolvados y manteles con rosas bordados de animales y flores, su opinión no era acogida. Quizá lo que más molestaba a Luz, Arturo y Simón era su intensa y obstinada insistencia en llevar la contraria sin importar si el tema discutido era la última y controvertida decisión del gobierno o si se trataba de elegir si cocinaban algo o pedían la cena a domicilio.

Por supuesto había diversidad de opiniones. Luz, por ejemplo, estaba convencida de que la forma de ser de Rober lo obligaba a actuar así de un modo automático. Creía, además, que su hipótesis se había confirmado apenas unas semanas antes en el bar del teatro. Fueron a ver una comedia ligera con el cuidado a los mayores como tema de fondo y a la salida decidieron tomar una cerveza para contrastar opiniones.

El bar estaba atestado y el bullicio recordaba más a una feria infantil de luces de colores parpadeantes y canciones de verano distosionadas. Sobre la dura barra de madera oscura que soportaba los codos y manotazos de la clientela, apoyó Rober la cerveza, bien apurada en tres tragos y comenzó a despedirse con antelación por razones logísticas, era quien más lejos vivía, aún tenía que cenar y dos o tres detalles más. A modo de despedida, Arturo le palmeó sobre la cazadora azul marino el aguijonazo definitivo: "Bueno, Rober, espero que la próxima obra sea más creíble"

Durante 45 minutos, el bar entero asistió indiferente al espectáculo de Rober tomando y dejando la cazadora mecánicamente en el taburete granate al tiempo que sostenía la credibilidad de la obra desde los patrones clásicos de la comedia griega hasta la interpretación de los actores, pasando por el análisis posmoderno del imaginario del humor cotidiano.

Cuando concluyó su perorata, Luz guiñó un ojo cómplice a Simón y le dijo: "Pagas la ronda, ya sabes". Sin rechistar, abrió la cartera negra de piel sobre la que dejó unas gotas de cerveza y sacó un billete de veinte con el que llamó al camarero de gafas y bigote que les había atendido. Rober miraba desconcertado a Arturo que procuraba disimular tragando saliva la media sonrisa que se le dibujaba en la comisura de los labios, hasta que no pudo más y se lo revelaron.

(continúa)

En una lata cuadrada

En una lata cuadrada de galletas
con el aroma a mantequilla y azúcar
de las viejas recetas
con los bordes dorados que al sol reflejan
los recuerdos tempranos

con un sonido hueco al destapar
que nos transporta en metros por segundo
se guardan las vidas en blanco y negro
de quienes algo nos quisieron dejar

Madres de luto
niñas con coletas
una silla regia por detrás
bigotes recortados
relojes de pulsera
un óleo en la neblina dibuja algún portal

Imagen nunca fue de lo que somos
Imagen nunca de lo que somos será

He buscado en latas por rincones
el hambre, la muerte,
la tristeza
la sucia abandonada pubertad
los celos, desencuentros y vendettas
en sepia, brillo o mate, lo que sea

siquiera por tener en la memoria
el odio que ha enseñado y seguirá
haciendo distinciones paralelas
con profetas falsos y falsas prédicas  

Imagen nunca fue de lo que somos
Imagen nunca de lo que somos será

Hoy, frente al aroma de galletas pienso
que la búsqueda es traidora y traicionera
pues de todo lo que esperaba encontrar
las imágenes jamás me respondieran
mas teniendo la mirada en el espejo...

Imagen nunca fue de lo que somos
Imagen nunca de lo que somos será

miércoles, 20 de mayo de 2020

Puro teatro

- ¿Qué te ocurre?
- Nada.
- No me vengas con nadas, algo te pasa
- No, estoy bien, algo cansado.
- Mira, no hace falta tener un doctorado para darse cuenta de que piensas en algo
- No, bueno, lo normal, ya sabes que en época de exámenes me tenso y me estreso.
- Sí, pero no es eso, noto una energía diferente... ¿estás bien?
- Por enésima vez, sí, estoy bien. No tengo muchas fuerzas últimamente porque ya sabes que ahora con mis abuelos en casa no cabemos y son un poco cascarrabias y, bueno, eso no te interesa a ti.
- Es verdad, eso no me importa mucho, lo que sí me importa es saber qué te pasa conmigo.
- Que te he dicho que nada.
- Miguel, no me mientas.
- A ver, ¿no querrás que te cuente mi razón secreta?

Aquí el profesor de improvisación interrumpió la escena hecho una furia y calmadamente, como solo él sabía enfurecerse, le dijo a los actores:

- Marchaos, no respetáis la técnica y no habéis preparado el ejercicio. Llevamos 6 meses y no os he visto implicados ni una sola vez. No lo voy a repetir. Esto es un insulto.

El silencio apagó cualquier rescoldo de empatía. Aquella exposición clara y contundente no estaba abierta a debate, así que Miguel y Mario se marcharon. El resto del grupo permaneció en el aula, cada cual intentando elegir el pensamiento menos controvertido de los que revoloteaban en la sala, mientras el profesor con una sonrisa estirada preguntaba por la siguiente pareja como si nada hubiera ocurrido.

Una tímida voz se irguió intermitente, como una llama intentando prender de nuevo el fuego:

- Yo... eh... creo que ahora mismo estamos un poco en shock y tal vez, eh... no sé... deberíamos tomarnos un descanso.

Al tiempo que, con la cabeza agachada, aguardaban la respuesta, el deseo de un descanso fue prendiendo en todo el grupo y llenando sus cuerpos de calor, casi obligando a estirar cada músculo y levantar la vista. Entonces, el profesor, sin perder la sonrisa, dijo:

- Me he equivocado, disculpadme. Nos tomamos un descanso y retomamos en 15 minutos. Gracias Lorena.

Y añadió:

- No con Miguel y con Mario. Con ellos no me he equivocado. No se lo toman en serio.

Desde aquel día, el grupo trabajó con el doble de implicación para la muestra final. Un par de meses más tarde en la cafetería de la facultad, Miguel y Mario se cruzaron con Lorena y la ignoraron pese a los esfuerzos de ella por entablar conversación. Mientras se tragaba las últimas palabras de su boca pensó que el profesor, al fin y al cabo, había acertado. Con Miguel y Mario. Con ella, quizá, también.

martes, 19 de mayo de 2020

Coronar el puerto


Mientras pedaleaba incansable por aquella colina que parecía un muro apenas podía pensar en la belleza, no solo en la belleza verde y marrón que la mojada primavera le regalaba, sino en ninguna. Subir, solo subir, y tal vez llegar a la cima era lo único que asomaba por su cabeza al ritmo acelerado de su corazón.
Poco después, cuando bajó de la bicicleta sin la respiración que le hubiera permitido celebrar su hazaña, pensó que tal vez hubiera alguna belleza en el sufrimiento, pero aún no la había encontrado.

lunes, 18 de mayo de 2020

Una explicación científica

Muchas veces me he preguntado por qué lo hacemos y sigo sin encontrarle respuesta. El pasado jueves (y me parece curioso que estas cosas se nos ocurra pensarlas los jueves, pero así sucede y no lo puedo evitar) me decidí a compartir la pregunta con más gente e intentar ver la luz en sus respuestas. Sin presión, ya les dije que no pretendía hallar la Verdad, que dudaba mucho de que existiera, y que simplemente me interesaba saber sus motivaciones.

Las respuestas fueron de lo más variopinto, mi madre me dijo que por amor, mi abuela que por dinero, la dueña del estanco, por placer. Había también quienes me aseguraban que si pudieran evitarlo, lo harían, pero la necesidad los empujaba. Pensé que sus motivos habían sido los míos, tal vez en algún momento, pero que ya no me parecía suficiente.

Ni siquiera me parecía saludable permanecer atado a esta tarea inevitable que a ratos se me antojaba como una verdadera pesadilla de la que esperaba despertar en un mundo nuevo, más verde, más puro, más limpio, en el que todo el mundo viajara en bicicleta, las siete maravillas del mundo estuvieran al alcance de nuestra mano y la sed de conocimiento se saciara con un fresco vaso de agua. Y hacer aquello tuviera una respuesta científica irrefutable.

Cuanto más pensaba en ese mundo, más me sorprendía lo real y posible que era, así que comencé a sugerirlo a diestra y sinestra, confiando en la respuesta positiva que mi utopía obtendría sin duda. A pesar del inicial recibimiento de mi alocada idea, el entusiasmo se desinflaba como un ruidoso globo soltado al aire sin nudo cuando les decía: " Y por fin, existirá una razón científica única por la que nos hurgamos en la nariz"

miércoles, 13 de mayo de 2020

En la Feria

Cuchillos, clavos y martillos
la mirada torva y las manos gastadas
en cada arruga escondida una mañana tras otra

Manzanas, sandías, melocotones rojos
la voz alegre y monocorde a la vez
el timbre quebrado por el frío entre los pliegues del pañuelo

De cabra, de oveja y de vaca
bombillas de las farolas de la plaza
relucen sobre la mesa abierta y plana de madera oscura

Café con leche y bizcocho
martillea la voz al fondo del pasillo
marchando las comandas en fila con andar militar

Remolinos azules, blancos y rosados
envuelven cada compra, cada grito y cada gesto
en las bolsas de la compra del mercado.

Voces duras, raspadas y trabadas de aquí y de allá
reunidas e iguales por un instante en torno a la mesa de intercambio

Cañonazo de vida en la plaza desierta
cada miércoles
de ocho a catorce

martes, 12 de mayo de 2020

Encuentros literarios

Alicia adoraba esos días en los que la espesa niebla teñía de blanco los cristales de las ventanas. Por varias razones, aunque principalmente porque se despertaba 15 o 20 minutos más tarde de lo habitual, como si el despertador interno se le apagase automáticamente, consciente de que su trabajo en la granja industrial estaría de nuevo parado.

Aprovechaba esas mañanas para moverse en la semioscuridad de la casa como una gata, midiendo cada paso con recelo y arrimándose a las paredes para evitar encontronazos no deseados con los zapatos, sillas y bolsas que deambulaban por en medio.

Es la sensación más parecida a vivir en una nube, literalmente, pensaba mientras sorbía el café oscuro de una taza roja de esas que regalaban con la compra de tres unidades. Y por un momento imaginaba qué ocurriría si la niebla fuera tan espesa que pudiera elevarla consigo a medida que fuese levantando el día.

Sobrevolaría el pueblo y los alrededores, descubriendo el verdor de la primavera y las enormes extensiones de maíz frente a la granja, en un rectángulo perfecto, dibujado tal vez por una persona que como ella hubiera tomado una nube espesa en un día de niebla para observar el lugar idóneo para que crecieran las mazorcas.

Los ladridos de Yuni, el viejo pastor alemán, la devolvieron a la casa. Protegida por un gastado impermeable, salió al jardín a preparar su comida y cambiarle el recipiente verde fosforescente en el que tenía el agua, todo un acierto para días como ese.

Mientras el frescor húmedo de la mañana le sacaba las legañas de los ojos, se giró para observar una sombra que se dibujaba junto a lo que debía ser la caseta de Yuni. Parecía un arbusto, o una farola baja, o una señal de tráfico, o... ¡una persona!

De un brinco retrocedió hasta casi el umbral de la casa y cuando intentó gritar en tono amenazante descubrió que su voz no era capaz de salir de la garganta, como si la niebla se le hubiera acomodado también en las cuerdas vocales.

- Disculpa la aparición - le contestó una voz dulce y tranquila que disipaba los nubarrones de su mente - me subí el lunes pasado en una nube durante un día de niebla y hasta ahora no he podido volver al suelo.

Con una sonrisa amplia y divertida, mostrando sus dientes de color blanco niebla, Alicia invitó a la visitante a pasar a casa. - Yuni y yo te esperábamos desde hacía algún tiempo, Dorothy, ¿quieres un café? - ambas se rieron largamente y pasaron a la cocina. Aquel día la niebla no se marchó.

lunes, 11 de mayo de 2020

Escritos XXIII

Será porque es lunes, pero me apetece hablar del descanso. No sé muy bien lo que es descansar. Hay una pelea tan grande por ello que me cuesta tener una definición clara. Me temo que la pelea por apropiarse y reapropiarse las palabras se extiende más allá de los discursos políticos y los conceptos como los himnos y las banderas.

Por ejemplo, el tema de la bandera, se dice que hay unos que son los custodios de España, y otros dicen que tenemos que reapropiarnos de la bandera, y otros que la bandera no les representa porque proviene de un momento histórico concreto y tiene una connotación muy clara. Bien, pues ahí tenemos un conflicto, ¿con la bandera? No, con nuestra historia. La historia de nuestras familias, de un lado, de otro, o del otro aún. La historia no resuelta porque resolverla nos obligaría a buscar otra forma de separarnos y esta ya nos va bien.

Pues con el descanso es igual, nos dicen por un lado que es importante el descanso (y entonces que nos compremos un colchón carísimo, que nos vayamos de vacaciones, que contratemos a alguien para que limpie la casa o cuide de los niños...) pero solo si el descanso ocupa un espacio concreto y limitado (como los descansos laborales, incluso tipificados por ley) dentro de una maquinaria productiva infalible (o falible pero hacia la explotación).

Y si ese descanso no te representa eres un vago o un parásito que vive a cuenta de los demás (del Estado, de la familia, del resto de compañeras y compañeros de trabajo, de tu pareja...) y lo más bonito que te dicen es que "te mantienen". Pues ese descanso tampoco me representa.

Y la tercera vía, como esa que no cree en la bandera porque tiene demasiadas connotaciones, es la que busca otra palabra alternativa a descanso o tal vez una definición propia que no pretenda imponer a nadie y al tiempo se haga respetar. Para mi, por ejemplo, descansar es dejar de cansarme. No va el cansancio sin el descanso y viceversa. Es una cuestión de equilibrio.

Pero no es fácil parar cuando uno está cansado. Se para "cuando se puede", "cuando te dejan", "cuando te obligan" y a la vez, tu propia mente elige si descansa o no, sumida en turbulentos pensamientos hasta que consigues pararla. En fin, por ese camino quiero ir. Por la consciencia del cansancio y la capacidad, mental y corporal, de tomarme un descanso (a veces será para hacer otra cosa, a veces para no hacer nada, a veces, espero, para detener el cansancio).

viernes, 8 de mayo de 2020

Escritos XXII

La vida retirada
(Finalista del Certamen de Poesía Ecoverso en el Geoparque)

Oh, qué descansada vida, decía el sabio
que nunca descansa
y prefiere el cercano contacto con la tierra árida
la ardiente gota de sudor sobre la mejilla
la minuciosa retirada de la hierba con la mano
antes que la cómoda vida
del estrés
del consumo
de la prisa
desgaste inútil de su cuerpo.

O reclama el recurso siempre disponible y fresco
en la puerta de su casa
envuelto para regalo
y en la puerta de la casa de al lado
tan plástico como su envase
a toda costa, incluso
a costa de la tierra.
"Necesito descansar" dirá con ufandad
pero sin escape a la vista
del mundanal ruido.

jueves, 7 de mayo de 2020

Barrer

Barrer
limpiar el suelo arrastrando la basura
llevársela por delante, dejando espacio a la limpieza.
Recorrer los rincones donde se acumula el polvo
de nuestra vida gastada
a diario
en cada taza de café recalentado
en cada caminar autómata hacia la siguiente parada
en cada cotilleo de pasillo.
Y amanecer después
con la tozuda certeza del cambio
necesario.
Preparar una nueva taza de café
detenerse ante cualquier rayo de sol que refleje el arco iris en el agua
y escribir poemas en las ventanas
día tras día
hasta que el polvo acumulado en los rincones
nos invite de nuevo a empezar,
como cada primavera,
la limpieza de nuestra vida gastada.
Y comprar, tal vez, una nueva escoba
con las púas más rígidas y espesas
que no deje una sola mota
ni un solo recuerdo
del polvo que fuimos y que somos.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Eco-lógica

Cuando a Andrea le explicaron de dónde venían los niños comprendió que todas las semillas de frutas y verduras (tomates, calabazas, pimientos, manzanas verdes, aguacates, nísperos, calabacines) que había estado almacenando durante el año acabarían haciendo el amor con la tierra. Jamás volvió a tirar un papel al suelo.

martes, 5 de mayo de 2020

Día de la Furia

Un coro de voces estridentes quebraba la armonía del atardecer del Día de la Furia. Como cada año, Julián chillaría lleno de odio al grupo de personas que peinaban el suave pelaje amarillento del campo, desenredando con infinita paciencia y cuidado cada maraña de hierbas que les surgía en su tétrico desfile entre los surcos.

Cada temporada esperaba el Día de la Furia con una profunda ira desde que se levantaba. Reventaba los finos marcos de madera de la ventana y hacía añicos los cristales lanzando a la calle la carísima colección de cinturones plateados de su madre. Con sonido gutural de volumen irritantemente elevado daba los malos días a toda la familia y tiraba a la basura el desayuno, una bandeja blanca que parecía dibujar un cuadro con los círculos naranjas y amarillos del zumo, el grumoso e informe marrón de los cereales remojados en leche y el triángulo verde con estampado floreado de la servilleta.

La glacial severidad con que observaban los adultos sus actos eran su mejor recompensa y encendían su fogoso corazón con imágenes de sí mismo sobre el camión, empuñando el látigo durante la celebración de su adultez. No entendía cómo su hermana pudo renunciar a ello y suicidarse tan solo unos días antes.

Paloma nunca había seguido las normas, eso era cierto, pero que su habitación luciese como el reflejo del sol sobre el lago al amanecer o que reutilizara la vajilla de cerámica blanca tras cada comida y la limpiase mecánicamente con cuidada observación, no eran suficiente motivo para sentirse excluida. Quizá sus frecuentes sonrisas tuvieran la culpa.

Desde que se prohibiera cualquier expresión de amor, allá por el lejano 2020, la sociedad se había desarrollado gracias al odio y a la ira y los hoyuelos habían desaparecido de las mejillas de la gente, alisando sus pliegues con inexpresiva frialdad. Era sin duda un mundo agresivo y seguro en el que no había lugar para la calma.

Su ensimismamiento fue descubierto y quebrado como un hueso por el tajante grito de su padre: "¡No será tu Día de la Furia! ¡Cuántas veces lo hemos repetido desde ayer!" Sabía perfectamente que el viejo se refería a sensación seca que ensombrecía su pensamiento cuando recordaba a su hermana y sentía rabia al no poder reprimirla. Hacía todo lo posible por transformarla en violencia, la violencia que todo el mundo esperaba que mostrase, pero no parecía que el esfuerzo fuera suficiente.

Para ganarse el derecho a asistir al espectáculo del atardecer, pasó las restantes horas merodeando por la casa aplastando bichos con la suela gomosa de sus deportivas, descuartizando gatos con los cuchillos de cocina y bombeando aire en la boca de los murciélagos hasta hacerlos explotar. Los restos de sangre de su camiseta, con la forma de su mano en rojo sobre blanco, sirvieron para garantizarle un hueco en el desfile.

Un coro de voces estridentes quebraba la armonía del atardecer a lo lejos mientras Julián, con los ojos aún sangrantes por la reciente carnicería de la que era autor, se acercaba a paso ligero. Llevaba preparado su grito de asco y desprecio para escupirselo a la primera persona del grupo que se deleitase con los colores anaranjados del sol por encima de los campos pero se le congeló en la boca de la garganta.

Sus ojos se cruzaron con los de una mujer de brazos fuertes que llevaba un chal azul celeste. No entendía nada de lo que bullía en su interior. No era la sensación de otras veces, ni la sangre hirviente que le hinchaba las venas del cuello ni la respiración jadeante que escapaba sigilosa por sus dientes apretados ni tan siquiera el impulso eléctrico de los nervios que descargaban sus brazos en violentos manotazos. No. Era como si la lluvia hubiera inundado su cuerpo y necesitara desaguar el exceso a través de sus ojos.

Ahora que sabía lo que era la tristeza sintió que su cuerpo se despegaba de la realidad igual que los campos se desenmarañaban de las hierbas en el Día de la Furia. Miró hacia el camión donde restallaban los látigos de sus compañeros de clase en un desordenado ataque de serpientes de cólera. Aún no ha llovido suficiente en sus cuerpos, pensó.

lunes, 4 de mayo de 2020

Cumpleaños

Toda la negrura que había en su cabeza le impulsó a levantarse de la cama y ponerse el viejo chandal gris para bajar a desayunar.
Cuando aquella pareja se le acercó en el rellano, su primer pensamiento fue "¿quienes son?"
Tras escuchar su eterno discurso de agradecimiento, salpicado con detalles de la apenas terminada fiesta de cumpleaños ya sólo pudo preguntarse si no habrían sido ellas quienes verdaderamente celebraran su cumpleaños"

viernes, 1 de mayo de 2020

A mi yo del futuro



Querido yo,

Ocurren ciertas crisis en la vida de una persona y del mismo modo periódicamente las viven las sociedades. No sé si la hiperconectividad o la aceleración del siglo XXI las multiplican, pero en los primeros veinte años, sólo en España podemos encontrarnos cinco o seis episodios críticos.

Es un bello ejercicio de memoria repasarlos y también de alguna forma una vana intentona de que perduren más allá de las páginas (digitales o físicas) de los libros de texto, que a estas alturas llegarán al final de XX. Espero además que la perspectiva de su lectura, ya mediado el tiempo de esta centuria, sea de alguna utilidad, aunque la desconozca ahora.

Los convulsos inicios de siglo son agitados por la natural esperanza humana de cada inicio. Que comience algo nuevo. Ha sucedido en el pasado y no lo iba a ser menos ahora solo porque conozcamos los resortes de la historia, más al contrario, esa difusión del saber tal vez los haga concentrarse en un periodo breve.

El vacío que el pasado (según muchos el breve siglo XX) nos dejó en su última década casi obligó a restablecer la bipolaridad, complicándola sobremanera con la deslocalización que propuso el terrorismo internacional desde aquel septiembre de 2001. Geopolíticamente creo que la seguridad es la palabra que define estos primeros decenios, con todas las necesidades, justificaciones y perversidades que el significado del concepto ofrece.

Por obvio que sea, la guerra inmediata (2003), demostración de músculo militar de la supremacía, no es tal vez la siguiente crisis del siglo pero no se comprenderían los sucesos posteriores sin incluir algunas al menos de las causas más significativas. Así serán Irak, Afganistán o Siria intentos (no tan) vanos de localizar geográficamente el mal fuera de las zonas de confort occidentales.

A concluir el decenio bajo la poderosa influencia de la crisis contribuye la que tal vez muchas gentes consideren la Crisis, por ser económica y global. Y tal vez no les falte razón, por cuanto desplace el eje de la batalla occidental terrorista hacia un nuevo equilibrio de fuerzas del que surge, con todo tipo de connotaciones monstruosas, el Gigante asiático. Un ser mitológico asociado, siempre desde nuestra mirada eurocéntrica, a los malvados cíclopes y centauros de la Antigüedad.

Y, causa o efecto, es inherente a las crisis la respuesta social de rechazo que toda revolución muestra. Así comienza la segunda década, con una revolución atómica y global, una revolución de revoluciones que el individualismo generalizado, no exento del discurso de seguridad arraigado ya, ayudará a controlar.

Humildes y a la vez conscientes de su fuerza surgen los movimientos de la primavera para situar el amor en el corazón del cambio. Latido que impulsa a transformar hacia afuera con ecos que se propagan como ondas sobre el agua. Latido redirigido que olvida las flores y recurre a las alergias para que el 2011 permanezca como ilusión y todo continúe, con aún mayor seguridad. (Permíteme aquí la poesía pues la alegría, la fe, la melancolía y la tristeza de entonces no creo encuentren otro modo de expresarse). 

Toda una década pasa en consumistas esfuerzos de crecer. Usar y tirar es el lema, vuelta la seguridad a establecer las luchas por el control: político, social, económico. El primero con falsos partidos, promesas y bulos, el segundo con sonrojantes decisiones antihumanas, más mortales que cualquier guerra. Y en cuanto a lo tercero, como justificación última de toda atrocidad: cuando en un mercado libre y perfecto irrumpe la humanidad, protegerla es cuestión de ilegalizarla, condena a un delito inexistente.

Y cuando el planeta comenzaba a encontrar los ecos de su lamento en la juventud y ese divino tesoro dejaba de serlo, llegó la pandemia. Y ahora, querido yo, estamos en una paradoja. Obedeciendo por seguridad, el planeta vuelve a respirar. Viviendo con "lo justo" (en todos sus sentidos) la economía se encuentra en crisis. Alargando la alarma se adormecen nuestros principios. Solo pensamos en salir de aquí (también esto en todos sus sentidos). Y parece que la salida será a su vez la entrada en un oscuro túnel de obediencia por seguridad y consumo por recuperación.

Aguardo sin ansias y esperanzado, tus noticias del 2050.

Te quiere

Tu yo