¿Quién llamará a
estas horas? La verdad es que no me explico a la gente, si lo han dicho muy
clarito en la televisión, hasta salió el Rey, porque claro, es una situación
terrible. Pero qué agradable es el Rey, la verdad, y qué cercano, porque vino
aquí, puerta por puerta llamando a todo el mundo para decirnos que nos
quedáramos en nuestras casas, que era muy importante y que él era el primero
que no pensaba moverse, bueno, ni él ni sus hijas, que se quedaban en casa y
que era lo mejor. Es que las lluvias de estos días no son normales, había hasta
coches arrastrados por el agua y flotando en las carreteras… chiiiiiu”.
No ha llamado nadie a la puerta. En la casa azul con
la puerta marrón, el número 53 de la urbanización, llevan más de dos meses sin
salir de casa apenas, y sin recibir visita, pero Angustias tiene una enfermedad
que le ha dañado su memoria a corto plazo y además, confunde la realidad y la
ficción.
Madre, no hay ni
puerta ni lluvia ni Rey que valga. Se ha quedado usted dormida y seguramente se
haya meado encima. Venga, levántese y vamos al baño a ver si tiene remedio,
aunque a estas alturas ya poco vamos a hacer, que yo no sé qué manía le ha dado
ahora con dormirse antes de la hora de comer que de siempre ha sido su peor
momento porque hace la digestión del desayuno y se le suelta la tripa que hay que ver cómo deja el ambiente,
perfumado natural de verdad.
No es fácil para su hija Lola convivir con sus
cambios de humor repentinos, sus madrugones sorpresa o las mañanas en que
parece que no va a salir de la cama nunca. Sin embargo, otros días, aquellos en
los que amanece dicharachera y chistosa, reconoce su nombre y le cuenta
historias cien mil veces repetidas de su infancia, Lola cree que todo pasará, como
este virus. Y sueña que vuelve a ser la mujer alegre de abrazo cálido y sonrisa
amplia que estuvo presente en cada uno de los pequeños pasos de su vida: la
función de fin de curso del colegio, la final del campeonato de baloncesto
femenino, la graduación, la boda, el bautizo de su hija Rosario…
Mamá, la abuela
ha dejado la cama hecha ¿qué te parece? Yo no sé si con esto de la cuarentena
está recuperando algo, que sería normal, claro, como nos dijo el geriatra que
lo que mejor le viene son las situaciones estables y sin muchos cambios, ahora
que nadie se mueve ni sale ni entra en casa, ni hacemos mucho más que recoger y
de vez en cuando mover un poco un sillón o una mesita, pues supongo que ella
tan contenta empieza a encontrarle un sentido a todo esto, ¿crees que me reconocerá?
A Lola y Rosario les envuelve el miedo a que esos
recuerdos se pierdan, por eso los atesoran en un rincón de la memoria, cada
cual de la suya, y aprovechan cualquier rato de lucidez para martillear su cabeza
con preguntas suspiradas que se convierten en alivio sonriente cuando Angustias
asiente mecánicamente con infinita paciencia y las despide con una gran sonrisa
dibujada en el corazón.
Aunque su cuarentena sea permanente y esté confinada
en casa o en una residencia, sigue siendo la misma mujer fuerte que sacó
adelante a siete hijos ella sola cuando su marido murió prematuramente. Seguramente
por eso aún le exigen demasiado a sus brazos, antes fuertes de sostener su peso
y ahora temblorosos cada vez que se agarra a una barandilla.
- Abuela, ¿te acuerdas aquel verano en Estella que aprendí contigo a montar en bicicleta?
- Claro Lola, hija, como no me voy a acordar de Estella, si allí nacieron mis padres.
- Abuela, soy Rosario, tu nieta
- Madre, Lola soy yo. ¿No me reconoce?
- ¡Calla, tú! Que estoy hablando con mi hija.
- Venga, da lo mismo. ¿Tomamos el aperitivo?
O quizá sea pura distracción, un punto de fuga que
despiste a sus ojos, para no mirar a la enfermedad de frente y aceptarla con serenidad,
con la misma serenidad con la que
Angustias se abraza a sus recuerdos repetidos cada día, en paz desde hace mucho
tiempo con la vida y con la muerte.
Lola y Rosario persisten, y confían en que un día
sonará la puerta de verdad, no el ruido falso de alguna serie de televisión, y Angustias
preguntará quién diablos llama a estas horas, y será el Rey con su familia, y
ella los saludará como si fueran amigos de siempre y les invitará a tomar un
café mientras les cuenta que el Rey ha salido en la tele a causa de las fuertes
lluvias para pedirles que se queden en sus casas. Y sonríen nerviosamente, sin
saber cuándo volverán a la esquina doblada de sus ojos las lágrimas de
impotencia.
Mientras, doña Angustias, silenciosa, continúa enseñándonos,
escuchemos o no, a mirar hacia adelante y convivir con los olvidos y los
recuerdos.