viernes, 30 de julio de 2021

Comentarios - Una mujer en la garganta

Este y otro poemario, que me leeré y comentaré próximamente, del cantante Marwan me los ha dejado mi suegra, que sabe de mi gusto por la poesía y la música de cantautor. No había escuchado mucho a Marwan y en las dos o tres canciones que pusimos me recordó inmediatamente a Ismael Serrano.

El poemario es tradicional en la temática (amor, intimismo, poesía y denuncia social), juguetón en la métrica (combina prosa poética con sonetos endecasílabos clásicos, aforismos con largos romances) y moderno en el lenguaje (salpicado de likes, app's, tinders y demás actualidades 6.0... o 7, que ya no sé por dónde iremos).

Homenajea a Sabina por su cumpleaños y se nota la influencia del jienense en uno de sus textos amorosos, donde narra un desencuentro con una mujer fatal: "Sí, estaba loca, lo sé. Pero mírenme a mí. Me amaba, pero no me quería; me buscaba, pero realmente deseaba no encontrarme al otro lado, con el amor y las preguntas saltando entre las manos (...) Se iba para volver. Perdón lo dije mal. Delete. Se iba para volver a tener ganas de volver. Viajaba al barrio de la calma para recordar..." Yo en estas líneas he visto ecos de al menos 4 o 5 grandes canciones de Sabina (Calle Melancolía, Y sin embargo, Pero qué hermosas eran, Peor para el sol y 19 días y 500 noches).

Tiene un endecasílabo que me ha gustado mucho casi al final de un poema en el que reflexiona sobre los enfrentamientos entre poetas que dice: "verdaderamente no es la incultura". No es fácil, y menos cuando uno es leído, sustraerse a la tentación de llamar a los demás incultos y da verdadero placer observar como la cultura queda a un lado y la responsabilidad verdadera recae en las personas.

Mis poemas preferidos son precisamente los que tienen un contenido más social y los que hablan de qué es la poesía. Se destacan frente al resto por desvelar un corazón que quiere convertir la rabia en comprensión y que ve al poeta como a un mago atormentado (en ocasiones como a un atormentado mago).

El primero, que abre el poemario, es "Sobre ese momento"

Y digo yo

que alguno de esos hombres

que lucharon en cualquier bando

de cualquier guerra

tuvo que sufrir un acceso de compasión

teniendo frente a sí

a un hombre desarmado del bando enemigo

y no disparó.

Todos los libros,

canciones

y películas del mundo

deberían tratar

sobre ese momento.

viernes, 23 de julio de 2021

Comentarios - La insolación

La primera parte de la trilogía inacabada de Carmen Laforet es una maravilla. Una oda al verano y a la libertad... y a la juventud efímera, porque no hay mejor momento para hablar del verano que la juventud. Nada que ver con la noche toledana del segundo tomo Al volver la esquina, que transcurría en calles frías y lluviosas.

Me ha gustado leerlo así, al revés de cómo los publicó. Le da otro sentido al título genérico Tres pasos fuera del tiempo. Y sobre todo, me ha descubierto a Martín Soto, el personaje de origen enigmático que ahora comprendo mucho mejor:

A ninguno de estos grupos pertenecía Martín. En ninguno podía entrar. Entre las mujeres y los niños se sentía asqueado y los hombres le rechazaban. No podía hacer otra cosa que dibujar, dibujar siempre.

Martín dibujó hasta el jueves. El jueves, día marcado para aquella discutida recepción de Eugenio y Adela, la vida de Martín tuvo un giro imprevisto y se salió de aquel interés de las caras de los hombres y de las mujeres, de la vida del pueblo que comenzaba a adivinar, y hasta de su necesidad de dibujar continuamente.

En la novela se recorren los tres veranos de adolescencia que Martín pasa junto a los hermanos Corsi con los que se reencontrará diez años más tarde en una situación muy diferente y al mismo tiempo muy parecida. Un encuentro cuya nostalgia ya impregna las páginas del primer libro, aunque el chico no sepa aún la dimensión de su melancolía:

Fue quedándose atrás en la carrera que llevaban Anita y Carlos hacia la plaza del Casino. En un momento determinado los vio desaparecer al volver una esquina y entonces la calle, con su cielo azul, los cables de la luz sobre las azoteas blancas, los pájaros sobre los alambres, las ventanas, el empedrado, los niños que jugaban junto a una puerta, todo le pareció enormemente melancólico. Echó a correr de nuevo y encontró en la plaza a sus amigos.

Con la abundancia y la tranquilidad de los largos y calurosos días del verano transcurre la novela. Se mueve en lo sutil bajo formas bruscas o bruscamente con situaciones simples, igual que juegan los niños. Y lo hace siempre en esa atmósfera seca que te obliga a leer con una botella de agua cerca para enjuagarte el polvo de los caminos de la España de posguerra.

Termino con el primer párrafo que me parece una fotografía social del secarral que por aquel entonces debía ser todo el país.

Era como viajar hacia el centro mismo del sol. Pasaban pitas, chumberas, pueblos como muertos. A veces, naranjeros, huertos grises, filas de palmeras quemadas. Todo el color lo comía la luz.

A veces se detenían en un poblado para repostar agua y entonces acudían chiquillos medio desnudos, morenos, desgreñados. Brotaban de pronto entre una calle vacía. Moscas, infinitas moscas asaltaban el vehículo. Aparecían guardias civiles. En otros sitios, falangistas, soldados también. Saludaban al padre de Martín. Luego, la carretera.

miércoles, 21 de julio de 2021

Golpe de calor

 Es con estas pequeñas desgracias como los niños se van haciendo adultos.

Quim Monzó

El hombre de la camisa harapienta está postrado de rodillas junto a un banco de la calle. Son las ocho de la tarde y es domingo, pero nadie sale, por la calor. El hombre, que además de llevar una camisa harapienta huele a vómito y a sudor, se agarra a las maderas anaranjadas del asiento para incorporarse. No sabemos si será el alcohol o la desconsiderada temperatura de estos primeros días del verano. Lo que sí sabemos es que necesita agua y no hay un alma, ni una tienda abierta y tampoco una fuente. Ya no hay fuentes en los pueblos, son peligrosas: por la sequía y por los contagios.

Vamos a dejar al hombre que huele a vómito y tiene los ojos azules descansar unas horas junto al banco, porque aún no ha llegado la hora de que los jóvenes alegres paseen por allí. Es una lástima que los jóvenes alegres, que visten chaquetas vaqueras por si refresca a la mañana, no se acerquen al banco hasta bien pasada la medianoche. Quizás si hubieran salido antes de casa (maldito calor) o dejado el último bar antes del cierre, quizás, el hombre de la camisa harapienta y barba descuidada seguiría vivo. Deshidratado, pero vivo.

viernes, 16 de julio de 2021

Comentarios - Cumbre Mundial: una comedia absurda para terminar con los pobres

 Para mí, leer teatro es a la vez fácil y difícil. De niño me gustaba tanto que mis dos libros más releídos eran el Tenorio y La venganza de don Mendo (y más el segundo por influencia familiar). Por ello también las primeras obras que fui a ver en un teatro (el español, creo) fueron esas. Y, ¿dónde está lo difícil? Precisamente en la imaginación: igual que las películas basadas en libros no siempre cumplen con la expectativa de sus lectores. Sí, creo que todo esto es una justificación de no haber incluido un texto teatral hasta ahora en mis comentarios. 

Para romper ese maleficio, qué mejor manera de hacerlo que con esta farsa irreverente de mi querido amigo Jorge Jimeno. Me he pensado mucho subrayar o no la amistad por temor a que no se leyera esta entrada o peor aún que se me considere parcial. Bien, soy parcial, sí, como cualquiera, y afortunado de contar con la amistad de Jorge, que me ha brindado la ocasión de leer esta obra, por cierto finalista del IV Premio Irreverentes de Comedia.

Esta comedia ácida y delirante resume de manera brillante el estilo Jimeno, una mirada que ha llevado a su propia compañía, Montajes en el Abismo, y que resume con la máxima reflexionar riendo. La risa, eso sí, no es siempre igual, pues se combina lo sarcástico y lo absurdo como en los mejores ejemplos de la tradición española (Jose Luis Cuerda, creo yo, estaría orgulloso de Jorge Jimeno).

Louise saca un papel de su agenda, camina buscando la cámara principal y lee.

LOUISE: "A los pobres no hay que darles peces, hay que enseñarles a pescar".

JOHN: Qué frase tan bonita. Qué pena que ya no nos quede ni un río que no esté contaminado o cuyas aguas no sean propiedad de alguna empresa internacional.

LOUISE: Sí, pero la frase es muy bonita.

Si tenemos en cuenta la experiencia del autor en el mundo de la cooperación internacional (experiencia que le permitió escribir un ensayo delicioso: Mamá, quiero ser cooperante) comprenderemos la elección del tema y la escenografía. La pieza se desarrolla en la sede de la Cumbre Mundial que pretende acabar con la pobreza. Los cuatro personajes arquetípicos de esta farsa son el representante de los países ricos, el de los países pobres, la portavoz de la sociedad civil y una camarera encargada del banquete (porque, ¿qué es una cumbre sin un buen banquete?). El escenario es el plató de televisión, ya que la Cumbre se retransmite en directo y en abierto:

PETER: Sin duda... pero bueno, sentémonos que está a punto de comenzar la transmisión por streaming. el mundo entero podrá seguir los avances de esta importante reunión gracias a las nuevas tecnologías.

Los tres toman asiento. Peter en un sitio preferencial a modo de presentador del espectáculo televisivo.

LOUISE: ¡Lo que ha cambiado el mundo con las nuevas tecnologías!

JOHN: Lo único que perdura es la pobreza.

LOUISE: ¡Qué importante la pobreza! ¿Qué sería de nosotros sin ella? (Dice honestamente)

JOHN: No quiero ni pensarlo. (Con mucha sorna).

PETER: Muy bien, caballero, caballera, vamos a comenzar la conexión (...) Esta emisión en directo es posible gracias a nuestro patrocinador Sosa Sola, comprometido con la pobreza para toda la eternidad

Peter se va hacia el teclado y toca una melodía. John y Louise le acompañan cantando una canción que parece bien conocida por todos.

Por supuesto, Peter es el representante de los países ricos y quien lleva la voz cantante en la reunión, pero John y Louise también tienen sus reivindicaciones, algunas de ellas cínicas y previsibles, como lo de enseñar a pescar, pero otras bastante rocambolescas y amargamente verdaderas. En la Cumbre también aparecerán los antisistema y se generará una crisis de difícil gestión.

Tuve la suerte de asistir a la puesta en escena de Cumbre Mundial y le hace honor al texto con un montaje dinámico e histriónico y cuatro personajes que encarnan todas y cada una de las miserias humanas... hablando de la pobreza.

viernes, 9 de julio de 2021

Comentarios - Facsímil

No hay ningún motivo aparente para elegir esta obra entre las muchas que se encuentra uno en la biblioteca, pero tomarla prestada ha sido todo un acierto. El libro de este joven chileno (ya hasta los 65 cualquiera es joven) parte de la estructura de la prueba de selectividad que se hace en Chile (o que se hacía, porque la han ido reformando, más o menos como la Selectividad-PAU-EBAU) y que consiste en un libreto con preguntas de selección múltiple.

El libro tiene 90 preguntas igual que la prueba. La prueba se debía realizar en 135 minutos. El libro puede leerse en ese tiempo pero si se quiere jugar a responder, yo lo haría con mucha más tranquilidad, aunque hacia el final de la prueba (la pregunta 69) el autor nos da una pista maravillosa:

69. Sobre las pruebas de selección múltiple o de alternativas, el autor afirma que:

I. Eran habituales en ese colegio, con el objetivo de preparar a los alumnos para las pruebas de ingreso a la universidad.

II. Era más fácil copiar en esas pruebas desde todo punto de vista.

III. No había que desarrollar un pensamiento propio.

IV. Los profesores las preferían porque de ese modo no tenían que pasar el fin de semana corrigiendo como malos de la cabeza.

V. La alternativa correcta casi siempre era la D.

Imaginad el ejercicio de seleccionar la afirmación (o afirmaciones) verdadera según el texto leído...

La construcción formal del libro es tremendamente interesante, porque comienza por palabras relacionadas, para luego pasar a frases y huecos y terminar en comprensión lectora. También cabe destacar, claro, la interrelación de ejercicios aparentemente inocuos con los varios relatos que se suceden a partir del capítulo 4 (eliminación de oraciones). A continuación ejemplifico los tres primeros:

19. CULPA

a) Pecado

b) Desliz

c) Caída

d) Tropiezo

e) Tuya

 

27. Un hijo

1. Sueñas que pierdes un hijo.

2. Despiertas

3. Lloras

4. Pierdes un hijo.

5. Lloras

a) 1-2-4-3-5

b) 1-2-3-5-4

c) 2-3-4-5-1

d) 3-4-5-1-2

e) 4-5-3-1-2

 

46. Si alguien te pega en una______, ofrécele también la otra.

a) mejilla

b) costilla

c) orilla

d) camilla

e) pesadilla

Hasta aquí los ejemplos de los primeros capítulos, que quizá no se pueden considerar microrrelatos o no del todo. En los dos restantes, que son eliminación de oraciones y comprensión de lectura, ya podemos ver relatos, breves en el primer caso y largos (3) en el segundo y en ellos encontraremos que se trata la culpa, o los hijos perdidos o la educación católica, todo ello, por supuesto, enmarcado en el Chile aún de Pinochet; una sociedad conservadora que intenta mantener unas apariencias falsas, como lo son todas. Una visión mordaz y agria que inunda el ejercicio desde la pregunta 1 hasta la 90.

Nuestros padres no pensaban en eso. Ellos creían automáticamente en el amor, se casaban muy jóvenes y eran infelices, pero no mucho más que nosotros. Trabajaban un montón y ni siquiera intentaban asociar el trabajo con alguna clase de placer, por lo que sus sufrimientos eran más concretos.



martes, 6 de julio de 2021

El último verano de mi cine

Todos los jueves del verano en que cumplimos los catorce quedábamos en la entrada de la piscina municipal. Anochecía. Allí se desplegaba el cine al aire libre. En una superficie asfaltada, casi infinita a nuestros ojos, transformada en sala de proyecciones, con doscientas sillas de plástico verde. Hasta la caída del sol no se podía pisar ese suelo sin abrasarse la planta de los pies sobre el cemento. En el pueblo no gustaba la piscina pero el bar del cine era un éxito.

De los tres mosqueteros, como nos apodó el dueño del bar, yo llegaba el primero. La cola se iba alargando sobre la acera, pegada al muro alto y recién encalado que protegía la pantalla de miradas morosas y manchaba las chaquetas y pantalones con polvillo blanco. Sorteaba la cola y me acercaba al despacho de billetes, una agujereada plancha de cartón-pluma situada en una esquina del bar. El ventanal adyacente, cubierto con lienzos enormes de papel de estraza, escondía próximos estrenos. Yo me asomaba entre las rendijas de vidrio y papel sediento de pósters furtivos, para avisar a la cuadrilla. Unos minutos más tarde, una voz engolada me chilló al oído:

– Disculpe, joven, está ensuciando los cristales, sepárese antes de que le prohíba la entrada.

Era Ramón, el segundo mosquetero. Nos abrazamos y reímos con gana de su perfecta imitación del guardián de la entrada. Este ritual duraba algunos instantes y se repetía sin cambiar un solo detalle. Cada jueves.

El guardián, al que todo el pueblo llamaba Cheroki, era un guardia civil jubilado, calvo y regordete, último símbolo de un pasado represivo, cercano y a la vez casi mítico. Uno que no conocíamos aunque nuestros mayores se encargaran de recordárnoslo con sus sempiternos aquimandoyós y estoconfranconopasabas. En la mirada triste de Cheroki se resumía el vacío de poder que el olvido había horadado a golpe de tic-tac. El mote le venía a pelo. Parecía una figura de escayola de esas que colocan a la entrada de las tiendas de artesanía. Para protegerse de la brisa llevaba una gorra negra. Y una vara, creía él, para intimidar.

Siguiendo con el ritual, Pedro se retrasaría al menos quince minutos. Ramón y yo nos colaríamos en la fila para pillar un buen sitio y le guardaríamos un asiento a nuestro lado.

El guardián nos cortó el billete, que entregamos sin mirarle a la cara. Nos codeábamos en el vientre para contener la risa ante sus mecánicas palabras. A mí ya me dolía más la dentadura que el estómago de tanto apretar. Mientras, Cheroki nos insistía serio:

– Ya saben que está prohibido tirar las pipas al suelo, no quiero volver a repetírselo.

Con fingido asentimiento y la cabeza gacha, nos marchábamos a toda velocidad hacia el bar para explotar en carcajadas tras un grupo de adultos indiferentes. En la barra, los gritos y las trompetas del hilo musical se confundían en un vaivén amarillo y rojo de vasos de cerveza, bolsas de patatas fritas y latas de refresco. Ramón y yo nos abrimos hueco para pedir una bolsa de pipas y veinte duros de gominolas. Hasta ahí la paga semanal. Si algún pariente nos visitaba durante la semana, pedíamos palomitas y bebidas con su propina.

Aquella noche Pedro llegó antes de que nos sentáramos, como siempre en la tercera fila, y se acomodó en la silla del medio. Pese al calor estival llevaba una chaqueta negra de cuero.

– Me han dicho mis padres que esta noche refresca y mañana quizá llueve –nos argumentó sin esperar comentarios.

La chaqueta era corta y se abotonaba con corchetes. Con el cuello levantado y el nuevo corte de pelo, a cepillo, parecía mayor. No colaría como uno de dieciocho, pero mucha gente le echaría al menos dieciséis años.

– ¿Os quedan moras o dentaduras? –preguntó con la mirada fija en la bolsa de chucherías. Nunca sus ojos azules destacaban tanto, debía ser por el pelo.

Me dieron un par de collejas al tiempo que me gritaban alelao y espabila. Disimulé lo mejor que pude, revolviendo con la mano aquella bolsa de plástico llena de azúcar multiforme. El comienzo de los anuncios me salvó de una buena paliza. Esa noche la película era Terminator 2: El juicio final. Yo había querido verla en Madrid el año anterior, pero mis padres se opusieron porque era muy violenta y yo muy pequeño.

Casi muero del susto cuando, nada más empezar, una máquina tritura una calavera con su pie biónico. Me asusté. Del impulso así el brazo de Pedro, fuerte bajo la espesa capa de cuero y una descarga eléctrica me recorrió la sangre. No entendí gran cosa de Skynet y la rebelión de las máquinas pero ver el cuerpo desnudo de Arnold Schwarzenegger me incendió por dentro.

Para el intermedio ya había decidido cuál sería mi rebelión y a qué camaleónicas máquinas debería enfrentarme. Aparentarían su amor hacia mí, pero no podrían esconderme su juicio final. Y mi Terminator no sería Pedro. Él encontraría a su Sarah Connor muy pronto, si no lo había hecho ya. Se acabó el hacerme pasar por quien no era. Lo curioso, pensé volviendo a mi guerra, es que el metal líquido de esas mismas máquinas sea tan flexible como intolerante. Un latido del pasado seguía bombeando contra las libertades del presente.

Salimos aletargados de la piscina (o tal vez salí), con la tristeza de un final tan heroico como increíble. Ramón se despidió sin imitar a Cheroki y Pedro apenas se atrevía a mirarme a los ojos. Pensé en los tres jueves de agosto que quedaban antes de que terminase el verano. Y en todos los jueves de mi vida futura. Y también en los miércoles, los lunes y los domingos. Mi cabeza firme y orgullosa retenía a duras penas un barril de lágrimas a rebosar. Pedro estaba apoyado contra el muro blanco con los restos desgarrados del cartel. Lo observé de reojo, me froté las manos para sacudirme el relente de la noche y musité:

– Sayonara, baby.

 

viernes, 2 de julio de 2021

Comentarios - O porqué de todas as cousas

Fui a la biblioteca hace unos días y se me ocurrió leerme una traducción al gallego de un libro catalán: para que no digan que la literatura no tiende puentes entre culturas. Este libro de cuentos de Quim Monzó obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona en 1993 y contiene treinta cuentos breves (el más largo no llega a las diez páginas) en los que predomina la temática de pareja:

Marido e muller contemplan a silueta da torre. A muller séntese especialmente tenra e abraza o marido.

- Tiña moita gana de facer esta viaxe.

Bícanse. O marido acariña o cabelo da muller. Volven mirar cara á torre.

- A qué hora temos que estar en Florencia? -di a muller.

- Á tardiña. Tes fame agora? Collemos o coche e imos xantar a algún lugar por aquí preto?

- Si. Pero primeiro subamos á torre.

- Á torre? Nin de broma.

Muchos, como el titulado A inmolación, comienzan con un diálogo o son sencillamente eso. Otros en cambio, afrontan el conflicto interno de los personajes con estilo indirecto, como ocurre en A euforia dos Troianos, el relato más largo del libro:

A muller bebe unha xenebra dobre. Ao home que, ademais de certos problemas de inadaptación, tivo de cativo unha cazadora de pel que aínda lembra éntralle gana de saír a tomar unha copa cando ve a muller tomando unha xenebra dobre. Proponlle chamar a nanny e saír os dous xuntos. A muller volve encher o vaso de xenebra e dille que saia el; ela non ten gana de saír.

(...)

A carraxe apodérase deles. Un día, a muller levanta a man e dálle unha labazada ao home. O home devólvella. Inmediatamente serénanse. Están de acordo en que así non poden seguir. Deciden separarse.

Como puede verse en los ejemplos, el estilo es sobrio y directo, con frases breves y descriptivas. Una narración que se devora sin pensar pero deja poso si se saborea. El autor revisa algunos cuentos clásicos (Pygmalión, Cenicienta, La bella durmiente...) con algunos recursos ahora bastante comunes (empezar por el final del cuento, llevarlo un poco más allá desde el principio, darle la vuelta a los personajes...). Recursos que hoy parecen facilones pero no ensucian el original mundo de Monzó.

Lo único que quizá quede anticuado es la visión permanente del hombre atormentado y la mujer fatal como estereotipos casi únicos en la mayoría de sus relatos. De hecho parece tener un cierto afecto hacia sus personajes masculinos o al menos intentar generar eso en el lector, mientras que las protagonistas (y sobre todo las antagonistas) salen perdiendo o quedan desdibujadas, cuando no se enfrentan entre ellas.

Reconfortada polo éxito, Dorotea volve ao cirurxián. Faise implantar coxíns de silicona nos peitos. Quédanlle preciosos. Dereitos, túrxidos, dunha medida ideal. Desta volta, Carlota torce o fociño. Pregúntalle se está segura de que non está a ir demasiado lonxe, se todo iso, dalgún xeito, non fai que deixe de ser ela mesma para converterla nunha muller de plástico...

También hay algunos cuentos que no tratan del amor o las relaciones de pareja, especialmente hacia el final del libro. Se agradece esa ventana a pensar que no todas las cosas encuentran su porqué en el divorcio o el enamoramiento, por tentador que sea pensarlo.