No sé
si tendrá que ver algo el hecho de que mi familia paterna tenga un hotel, o el que
mi abuela materna se pasara los inviernos preparando tortillas para un
regimiento (entre primos, parientes, amigos y allegados) cuando se iban a
esquiar a la sierra de Madrid, o que en mi casa desde pequeñitos siempre
tuviéramos familia y amigos que se quedaban a dormir o la suma de todo ello;
sea como fuere, el caso es que soy muy hospitalario.
Siempre
lo he sido, por ejemplo en Turín cuando vinieron los chicos del barrio a la
casa de los pitufos, o en Baños cuando medio Madrid vino a pasar las fiestas y
mi tío bautizó el piso con el título de este post.
Ahora,
que vivo en un espacio pequeño y bastante limitado de recursos me temía que no
habría sido capaz de organizar las navidades, sin embargo esta Nochebuena 6
personas cenamos en casa y 5 nos quedamos a dormir.
Hannah
y Cristina, ex compañeras de piso que se marcharon hace unos meses y me
avisaron de que regresarían por Navidad, se presentaron con dos amigos, Dinah
desde Melbourne y Chris desde Francia para unirse a la fiesta.
Afortunadamente
la confianza da asco y fueron ellas las que cocinaron porque la primera
sorpresa de la Nochebuena fue que me tocó trabajar por la mañana en el café y
la cachonda de la jefa decidió que iba a ser un día tranquilo así que le dio
libre a casi todo el personal. Total, que desde las 7 de la mañana a las cinco
y media de la tarde estuve metido en la cafetería.
Mientras,
las chicas hicieron la compra, prepararon el menú y decidieron el lugar de la
cena (que no era otro que el jardín del que ya os hablé, donde tenemos una mesa
grande tipo picnic o merendero). Pasta fresca hecha en casa y tiramisú para
desafiar a las circunstancias.
Cómo
consiguieron prepararlo en una casa que carece de mesa para estirar la masa, de
olla para hervir la pasta y de cafetera para preparar el café es un misterio
que aún hoy se me escapa, por mucho que lo viera con mis propios ojos.
Pero si
ya se junta con que Dinah se trajo la guitarra y Chris nos confesó que tocaba
en dos grupos antes de venir, la fiesta solo podíamos acabarla cantando
Wonderwall como en el Karaoke (o incluso peor).
Se veía
venir la lluvia, y el 25, que queríamos ir a la playa de barbacoa, amaneció el
diluvio. A pesar de todo, fuimos a casa de los amigos de un amigo de un amigo,
que organizaron una barbacoa navideña muy simpática. Echamos la tarde y nos
volvimos a casa a ver una peli porque con la que estaba cayendo, no teníamos el
cuerpo como para mucha celebración.
Bien
como experiencia, pero eché de menos la clásica e interminable partida de mus
con los primos.