viernes, 25 de febrero de 2022

Comentarios - Ruta de escape

Este libro, que es un documento novelado, casi una tesis doctoral sobre la fuga de nazis tras la caída del Eje en 1945, me ha impactado enormemente por varios motivos, pero el principal tiene que ver con la capacidad de síntesis. El autor, Philippe Sands, resume en menos de 500 páginas la historia del oficial nazi de origen austríaco Otto Wachter. Luego dedica casi 100 páginas a enumerar agradecimientos personales, bibliografía y documentación gráfica.

Si no fuera porque en la propia novela aparecen escritores como John Le Carré o Javier Cercas, ya tendría claro que me he leído un texto académico. Y sin embargo, la maestría de Sands para jugar con el misterio sin traicionar el rigor de la documentación es extraordinaria. Apenas un par de recursos, el prólogo y sus propias pesquisas, sirven para enlazar la trama, cuya estructura recuerda muchísimo a Soldados de Salamina.

La contrafigura de Sands será también un personaje histórico, pero en este caso, vivo, el cuarto hijo de Otto Wachter, Horst:

No tenía que haberme preocupado tanto por Horst, ya que a mi llegada me saludó efusivamente. Era un hombre alto, apuesto y cordial; llevaba una camisa rosa y unos zapatos Birkenstock, y tenía cierto brillo en los ojos y una voz acogedoramente gutural, cálida, vacilante y suave. (...)

Acababa de visitar el lugar un famoso actor -me dijo entusiasmado- acompañado de un director italiano. "¡Dos ganadores del Óscar en mi castillo!" Estaban filmando La mejor oferta, una historia de amor y crimen ambientada en varias partes de Europa: Viena, Trieste, Bolzano y Roma. Poco imaginaba yo la importancia que habían tenido esos lugares para los Wachter.

La novela escrita durante el periodo 2012-2021, nos muestra a un Horst Wachter que es un jubilado austríaco que nunca llegó a conocer a su padre, pues nació en los años de la Segunda Guerra Mundial y apenas lo encontraría 4 o 5 veces en su vida. Pese a ello, admira profundamente su figura y respeta su labor, lo que permite generar una afable relación antagónica con el narrador, Sands, que viene de publicar en Calle Este-Oeste la historia de su familia (judía) en el gueto de Cracovia.

Ahí reside otra de las genialidades del libro, la capacidad de ser objetivo (o, mejor dicho, fiel a las pruebas documentales, al fin y al cabo Sands es profesor de Derecho) sin renunciar al derecho a disentir y reconocérselo también al otro:

Todo empezó cuando Horst recibió una invitación para asistir al estreno, en el Festival de Cine de Tribeca, del documental A nazi legacy: What Our Fathers Did. Tras recibir la invitación, Horst me escribió para decirme que no le gustaba el título, y que él creía que habría sido mejor titular el filme: "Lo que hicieron nuestros padres... y lo que no hicieron." También le preocupaba la posibilidad de que el contenido de la película pudiera decepcionarle aún más que el desafortunado y en su opinión engañoso título. A pesar de ello hizo circular una nota entre sus familiares...

(...)

Su postura le causaba dificultades con otros miembros de su familia. Estos desaprobaban rotundamente su contacto conmigo; tampoco les agradaba el artículo del Financial Times, y les disgustaba el documental. En consecuencia, Horst se veía excluido de manera creciente de las reuniones familiares o bien era ignorado cuando asistía a ellas.

En cualquier caso, el afecto por Horst que muestra el narrador a lo largo de la novela no es amor incondicional y ello permite también que la trama ofrezca puntos de giro casi novelescos pese al estilo eminentemente biográfico-ensayístico.

sábado, 5 de febrero de 2022

Comentarios - La impaciencia del corazón

 Aunque para impaciencia la mía, que no he podido soltar el libro hasta llegar al final... y eso que no es una trama con grandes giros inesperados.

Esta novela de Stefan Zweig, que era conocida con el título La piedad peligrosa, narra en primera persona la historia de un militar del imperio austrohúngaro al que consideran un gran héroe de guerra. Es sin duda una inmersión profunda en la psicología de este teniente Hofmiller, un joven de apenas 30 años atormentado por sus errores y reacio a aceptar su fama.

La obra empieza, al modo del Quijote con una estrategia metaficcional para darle verosimilitud a la trama: el autor asegura transcribir la historia del teniente Hofmiller tal cual la escuchó de sus propios labios.

También el suceso que voy a reproducir aquí me fue confiado casi en su totalidad y, justo es decir, de una manera completamente inesperada. La última vez que estuve en Viena, cansado después de mil gestiones, busqué al caer la noche un restaurante de arrabal que creía que había dejado de estar de moda y sería poco frecuentado. Pero, apenas entré, comprobé con irritación mi error. Justo de la primera mesa se levantó un conocido mío con todas las muestras de una alegría sincera...

Este es el primer arranque de la novela, que no tendrá recuperación al final, sino que se manifiesta como una introducción a la historia del protagonista. Con ello, Zweig consigue, sin cambiar el narrador en primera persona, crear dos personajes narradores y salvar la distancia que en la novela también sorteará con los diálogos estructurados en largas parrafadas monologadas por cada uno de los personajes.

Es una elección muy certera, porque gracias al punto de vista, la obra mantiene una tensión extraordinaria, ya que vamos conociendo al teniente por su relato y al resto de personajes a través de su mirada, pudiéndose conservar así algunos secretos que un narrador omnisciente habría tenido que revelar sin remedio.

Además del teniente, desfilan por el libro grandes personajes como Edith Von Kekesfalva y su padre, el doctor Cóndor o el coronel Bubencic. Uno de ellos, el doctor Cóndor, le espeta lo siguiente hacia la mitad del libro al héroe (o antihéroe):

¡Compasión, muy bien! Pero hay dos clases de compasión. Una, la débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.

 No es casualidad que el título salga de este párrafo y que estemos por lo tanto ante una novela que se centrará en el primer tipo de compasión de los señalados por el doctor. Sin embargo, al igual que una moneda tiene dos caras soldadas la una a la otra, el otro cuento, la narración compasiva, se entreteje con la trama principal y revela ciertos vericuetos de la psique humana desde un prisma diferente y casi opuesto al que se ha consensuado socialmente como herramienta de lectura. 

Por eso la trama está salpicada de engaños y giros que no sabemos si leer como traiciones o demostraciones de la mayor de las fidelidades y ejemplo de honestidad y compasión. Sólo por reflexionar sobre ello vale la pena leer este magnífico relato.

Es cierto que, aun no siendo Zweig el máximo ejemplo de escritor judío (afirmaba que sus padres lo fueron por "un accidente de nacimiento"), si que incorpora algunas de las constantes que he ido apreciando en casi todos los libros de judíos que me ha prestado mi tía estos años, principalmente una misoginia que se manifiesta en el trato y juicio a los personajes femeninos: la que no es caprichosa, es ignorante y si una es déspota, la otra es tan sumisa que desespera.

Un tono amargo vibraba en su voz. Sin querer, me vino a las mientes lo que Kekesfalva me había contado: que Condor se había casado, como castigo por decirlo así, con una ciega a la que no podía curar, y que esta mujer, en vez de estarle agradecida, todavía lo martirizaba.

Compasión o debilidad, impaciencia o serenidad y el difuso eje de la ética son algunos de los conceptos sobre los que orbita esta novela, que no repara en criticar abiertamente la guerra (la Primera Guerra Mundial, aunque se entiende que va dirigido a la Segunda, que ya se iniciaba en 1939 cuando se publica esta obra).

Tampoco está de más recordar que Zweig se suicidó junto a su esposa en 1942 en vista de la expansión de la Alemania nazi y las previsiones bastante fundadas entonces, de que el nazismo se extendería por todo el mundo.