No es que sea yo un gran amante de la actualidad, de hecho
me considero bastante desconectado de todo lo que acontece en el mundo. Aun
así, acudo puntual a mi cita con las noticias cada dos o tres semanas y me
sorprendo de cuántas historias nuevas aparecen y qué pocas siguen en el
candelero pasados sus quince minutos de fama.
Debo reconocer que en estos tiempos de pandemia y
confinamiento, por incertidumbre o aburrimiento, acudo más a la prensa y me leo los artículos de cabo a
rabo, sorprendiéndome en esta ocasión de la consistencia e insistencia en la
misma historia, como si no sucediera nada más que la cuarentena y la célebre “guerra
al bicho”. Ansío ver cuánto quedará del virus en un par de meses.
Entre la mucha hojarasca política que se puede leer, también
hay en ocasiones artículos interesantes y estampas humanas que nos acercan y
universalizan sentimientos y vivencias comunes a muchas de las personas que nos
encontramos encerradas solas o acompañadas en nuestros hogares grandes o
pequeños.
Una de mis historias favoritas, que ya he visto aparecer en
varias ocasiones, es la del mito del autoconocimiento confinado. Hay
numerosísimas propuestas y ejemplos de la utilidad de este momento de reclusión
obligada para realizar un barrido no solo de la casa sino del cuerpo, hogar del
alma, en busca de esa chispa que nos responda a las célebres preguntas
(¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿existe la felicidad?, etc).
Por supuesto, cualquier momento es bueno para hacer un
ejercicio de autoanálisis que ayude a conocerse y comprenderse mejor, si bien
las situaciones críticas deberían poner este ejercicio en cuarentena de
fiabilidad, creo yo, por dos razones fundamentales: en primer lugar porque se trata
de un contexto extraordinario y en segundo lugar porque no creo que se haga
sinceramente.
Empezaré por la segunda. En incontables artículos, cadenas
de mensajes y memes he leído de alguna manera la frase: “aprovecha el
confinamiento para dedicarte tiempo y descubrirte, déjate sorprender por quien
eres y otras sentencias inspiradoras”, pero nadie comparte ese proceso. Me
pregunto si la invitación la hacemos para evitar el enfrentamiento y si tan
poco queremos a nuestros semejantes como para desearles algo que no estamos
haciendo.
En cuanto al contexto, es evidente que la crisis es
oportunidad, como ya nos han repetido hasta la saciedad los miles de ponentes
de Ted Talks que se multiplican por el mundo a tanta velocidad como las teorías
conspiranoicas sobre el origen del coronavirus; pero no solo. La crisis, también
es peligro.
Y en momentos de peligro nuestras tendencias suelen ser más
conservadoras, lo cual es lógico y funciona porque, por ejemplo, si corro
peligro de contagiarme, mejor me quedo en casa (si salir a pasear me puede
implicar una multa, mejor me quedo en casa). Por ello, cualquier análisis o
revisión profunda que se quiera hacer, no va a ser lo que se dice “un paseo” ya
que nos invita a reconocer todos los obstáculos que nuestro miedo al peligro
nos ponga en el camino.
Eso sí, habrá muchas cosas que desde el primer día que nos
confinamos prometimos que cambiaríamos en cuanto esto terminase. Yo creo que
esas tardaré más en cambiarlas que aquellas que ya he empezado a cambiar
durante el proceso.
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