sábado, 22 de agosto de 2020

Vuelve el amanecer

Vuelve el amanecer
cada mañana
a forzar mi sonrisa
y dibujar la esperanza de eso
que llaman el nuevo día.

El viento frío baila macabro
y las legañas me cubren
de la violencia del sol
y martillea constante
el cuco sobre la mesa.

El día trae las rutinas
de pies descalzos
dientes sucios
ropa arrugada
prisas sin besos ni promesas.

Y en el trayecto interrumpido a cada instante
apenas tengo unos segundos
para el sueño
diferente
a todas las bofetadas de papel de las paredes
que me insisten monótona y temática-
mente
en aguardar un nuevo amanecer.

Igual al de hoy, en el mejor de los casos,
o peor.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Videollamada

15 de junio de 2020. Ángel tiene 12 años, vive en Getafe y estudia en Villaverde. Antes del confinamiento su abuelo, que vive en Leganés, iba a recogerlo al colegio y casi siempre lo acompañaba caminando hasta la panadería del barrio para comprarle de merienda un croissant relleno o una palmera de chocolate. Desde el 13 de marzo de 2020, Ángel y su abuelo pueden verse solo por videollamada. Alrededor de las seis de la tarde conectan sus dispositivos electrónicos y la cara del otro aparece en pantalla.

- Cuando vuelvan los abrazos, ¿me rascará tu barba, abuelo? - inicia Ángel directo.

- Dependerá del día que vengas a verme - responde su abuelo, olvidado el buenas tardes y el qué tal mientras piensa que las costumbres cambian muy rápido de generación en generación. - Si es por la mañana de lunes, jueves o sábado, bien, porque esos días me afeito temprano y la sensación suave dura apenas unas horas.

- Abuelo, yo quiero verte en cuanto se pueda, ¿y si los abrazos vuelven un martes, o peor aún, un miércoles? - suplica quejoso Ángel.

- Entonces - responde curioso por saber en qué acabará el interrogatorio - supongo que te rascará mi barba.

El chiquillo no puede reprimir la contrariedad que se escapa de su mueca seria, mientras su abuelo ríe oculto por la cámara web, que lo enfoca de nariz para arriba.

- ¿Recuerdas el último abrazo que nos dimos, abuelo? - contrataca Ángel a la desesperada.

- Por supuesto, el sábado 7 de marzo, vinisteis a comer a casa con una caja de pasteles de nata y yo os había preparado un arroz con verduras que os encantó. Recuerdo además que os conté que la verdura no era de la mejor, porque hasta que llega el verano las traen del invernadero o de algún lejano país y…

- Vale, vale, te acuerdas. Era un sábado. Yo no lo olvidaré y no olvidaré ese abrazo, porque durante estos meses he temido que fuese el último, porque mamá y papá dicen que eres de la población de riesgo. Pues bien, aquel día nos abrazamos y la barba no me rascaba.

Su abuelo es una persona de férreas costumbres y no suele abandonar sus rutinas, pero la voz quebrada de su nieto lo enternece hasta casi tener que apagar la cámara, para no retransmitir sus lágrimas.

- Bueno, Angelillo, tú avísame cuando vengas, y tal vez haga una excepción.

martes, 4 de agosto de 2020

Troyanos en Laredo

Desde la Puebla Vieja de Laredo no se ve el mar. Ninguna de las seis rúas que forman el casco antiguo de la ciudad lo permite. Y es a propósito. Así quiso el rey Alfonso VIII que fuera, como un fortín inexpugnable frente a los piratas. Porque, como es bien sabido, los piratas no le temen al mar, pero sí a la tierra firme. Creía que así podrían mantener alejados del pueblo a los malhechores.

Sin embargo, la primera expedición de calaveras, parches negros y patas de palo que quiso saquear la ciudad llegó una tarde cálida de otoño y se introdujo en la ciudadela como el caballo de Troya, con finos y falsos disfraces de comerciantes extranjeros.

Funcionó. Desde entonces se les conoce como Troyanos. Hoy sus descendientes, lejos de abordajes, mareas y tormentas, gestionan las tabernas, tiendas de regalos y servicios de correos de la ciudad.

Cuando los visitantes y turistas llegan a sus calles empedradas, una emoción desconocida recorre la sangre de los troyanos. Observan su ir y venir descontrolado a la caza del botín, sea en forma de fotografía para Instagram o de souvenir hortera. Más de una vez le he oído decir a la nieta de aquellos viejos piratas: “Infelices, también se creen troyanos en Laredo” y sonreírse al descubrir que buscan alguna residencia en venta para quedarse a vivir aquí.