Mientras pedaleaba incansable por aquella colina que parecía
un muro apenas podía pensar en la belleza, no solo en la belleza verde y marrón
que la mojada primavera le regalaba, sino en ninguna. Subir, solo subir, y tal
vez llegar a la cima era lo único que asomaba por su cabeza al ritmo acelerado
de su corazón.
Poco después, cuando bajó de la bicicleta sin la respiración que le hubiera permitido celebrar su hazaña, pensó que tal vez hubiera alguna belleza en el sufrimiento, pero aún no la había encontrado.
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