lunes, 18 de mayo de 2020

Una explicación científica

Muchas veces me he preguntado por qué lo hacemos y sigo sin encontrarle respuesta. El pasado jueves (y me parece curioso que estas cosas se nos ocurra pensarlas los jueves, pero así sucede y no lo puedo evitar) me decidí a compartir la pregunta con más gente e intentar ver la luz en sus respuestas. Sin presión, ya les dije que no pretendía hallar la Verdad, que dudaba mucho de que existiera, y que simplemente me interesaba saber sus motivaciones.

Las respuestas fueron de lo más variopinto, mi madre me dijo que por amor, mi abuela que por dinero, la dueña del estanco, por placer. Había también quienes me aseguraban que si pudieran evitarlo, lo harían, pero la necesidad los empujaba. Pensé que sus motivos habían sido los míos, tal vez en algún momento, pero que ya no me parecía suficiente.

Ni siquiera me parecía saludable permanecer atado a esta tarea inevitable que a ratos se me antojaba como una verdadera pesadilla de la que esperaba despertar en un mundo nuevo, más verde, más puro, más limpio, en el que todo el mundo viajara en bicicleta, las siete maravillas del mundo estuvieran al alcance de nuestra mano y la sed de conocimiento se saciara con un fresco vaso de agua. Y hacer aquello tuviera una respuesta científica irrefutable.

Cuanto más pensaba en ese mundo, más me sorprendía lo real y posible que era, así que comencé a sugerirlo a diestra y sinestra, confiando en la respuesta positiva que mi utopía obtendría sin duda. A pesar del inicial recibimiento de mi alocada idea, el entusiasmo se desinflaba como un ruidoso globo soltado al aire sin nudo cuando les decía: " Y por fin, existirá una razón científica única por la que nos hurgamos en la nariz"

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