viernes, 22 de mayo de 2020

Escritos XXX (parte 1)

A Rober le gustaba mucho debatir. Pero no era como uno de esos tertulianos que opinan de todo supliendo su falta de conocimiento con afirmaciones casi tan tajantes como ridículas. No, él era más humilde. Antes de cada frase, siempre empezaba con un "en mi opinión" o un "no conozco bien el tema, pero"

A pesar de ello, en los círculos de debate de aquel improvisado café cultural, entre visillos empolvados y manteles con rosas bordados de animales y flores, su opinión no era acogida. Quizá lo que más molestaba a Luz, Arturo y Simón era su intensa y obstinada insistencia en llevar la contraria sin importar si el tema discutido era la última y controvertida decisión del gobierno o si se trataba de elegir si cocinaban algo o pedían la cena a domicilio.

Por supuesto había diversidad de opiniones. Luz, por ejemplo, estaba convencida de que la forma de ser de Rober lo obligaba a actuar así de un modo automático. Creía, además, que su hipótesis se había confirmado apenas unas semanas antes en el bar del teatro. Fueron a ver una comedia ligera con el cuidado a los mayores como tema de fondo y a la salida decidieron tomar una cerveza para contrastar opiniones.

El bar estaba atestado y el bullicio recordaba más a una feria infantil de luces de colores parpadeantes y canciones de verano distosionadas. Sobre la dura barra de madera oscura que soportaba los codos y manotazos de la clientela, apoyó Rober la cerveza, bien apurada en tres tragos y comenzó a despedirse con antelación por razones logísticas, era quien más lejos vivía, aún tenía que cenar y dos o tres detalles más. A modo de despedida, Arturo le palmeó sobre la cazadora azul marino el aguijonazo definitivo: "Bueno, Rober, espero que la próxima obra sea más creíble"

Durante 45 minutos, el bar entero asistió indiferente al espectáculo de Rober tomando y dejando la cazadora mecánicamente en el taburete granate al tiempo que sostenía la credibilidad de la obra desde los patrones clásicos de la comedia griega hasta la interpretación de los actores, pasando por el análisis posmoderno del imaginario del humor cotidiano.

Cuando concluyó su perorata, Luz guiñó un ojo cómplice a Simón y le dijo: "Pagas la ronda, ya sabes". Sin rechistar, abrió la cartera negra de piel sobre la que dejó unas gotas de cerveza y sacó un billete de veinte con el que llamó al camarero de gafas y bigote que les había atendido. Rober miraba desconcertado a Arturo que procuraba disimular tragando saliva la media sonrisa que se le dibujaba en la comisura de los labios, hasta que no pudo más y se lo revelaron.

(continúa)

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