martes, 26 de mayo de 2020

Escritos XXXII (parte 3)

(continúa)

Pocos segundos le bastaron a Rober para intuir que la apuesta de Simón tenía que ver con su capacidad, no siempre positiva, de encenderse con cualquier afirmación categórica y así se lo confirmaban las risas cómplices de Luz y Simón (¿quién sabe si, además, esta complicidad no la llevarían a otros terrenos? - temió inundado por los celos).

- No os entiendo, parece que ahora vuestro pasatiempo es psicoanalizarme ¿o qué? - bramaba Rober con una incomodidad visible en sus descoordinados balanceos sobre el taburete - Si pensáis que voy a quedarme como si nada es que no me conocéis. ¿O también habéis apostado a que me marcho dignamente y no volvemos a vernos? - se giró hacia Arturo, el único que aún no había ganado ninguna apuesta - ¿Esa es la tuya?

Arturo que bebía a sorbos cortos y frescos su cerveza, alzó la mirada y se sumergió en el color castaño claro que destilaba tristeza en minúsculas partículas de llanto contenido. Ahora se sentía culpable. Rober no lo sabía, pero Arturo había sido el iniciador de todo este juego un día que, durante un debate, aquél le había llamado moderno sin criterio y su orgullo se había sentido tremendamente dañado. Vio ese dolor en los ojos de Rober. Ya está, pensó, tenía su merecido. Sin embargo, no sentía el placer frío de la venganza sino un hondo arrepentimiento.

- Rober, lo siento. Fue una estupidez, se me ocurrió un día que me molesté con tus comentarios. Para ti serán humildes opiniones, pero me dolió ver lo que un amigo opinaba de mí. Es verdad que había apostado a que te enfadarías e incluso dejarías de hablarnos durante una semana. Hasta me jugué un fin de semana en la playa a que te saldrías del grupo de Cerveceos culturales y luego le pedirías a Luz que te añadiese. Lo siento. De veras.

Además de Rober, también Luz y Simón se quedaron mirando a Arturo, visiblemente afectado por toda la situación, y guardaron unos segundos incómodos de silencio en los que aprovecharon para ajustarse las camisetas y atusarse el pelo, como si quisieran así recomponerse y dejar atrás el bache. Entonces, Simón y Luz comenzaron a balbucear a la vez:

- Este... yo... no, habla,... no, tú primero... - y mientras no dejaban de mirarse de reojo, la cabeza gacha, las mejillas sonrosadas y el ardor de la vergüenza recorriéndoles la sangre, Arturo y Rober comenzaron a reir inténsamente, dejando ver sus enormes bocazas en todo detalle, desde los dientes amarillentos a las muelas picadas, pasando por las blanquecinas y rasposas lenguas.

Luz y Simón se observaban atónitas, sin parar de observar a sus amigos, viajando de una risa a la otra, buscando en el reflejo de las arrugas de sus ojos una respuesta a tanta descontrolada alegría. Hasta que Rober, tras un fatigoso esfuerzo por serenarse, habló: Arturo, te dije que lo iban a sentir más que tú, me parece que el fin de semana me lo debes a mí - y continuó riéndose aunque más alto hacia dentro que hacia afuera en esta ocasión.

Mientras las luces amarillas, el arrastrar sucio de taburetes y las ruidosas voces de gallinero hacían girar la cafetería en diferentes direcciones para Rober, Luz y Simón, Arturo pensó que no había sido tan difícil organizar un fin de semana a solas con su mejor amigo sin levantar sospechas. Y suspiró pensando en todas veces que haría falta explicarles esto. Con sinceridad y sin juegos.

3 comentarios: