jueves, 11 de marzo de 2021

La primera en ser la última

- Minerva, no se lo tengas en cuenta, la abuela es del siglo pasado, entonces se pensaba así.

La voz ronca de Diana llegaba a los oídos de su enrabietada hija como un caramelo para la tos, dulce pero insuficiente.

- No la justifiques, mamá, sé de otras abuelas que no piensan así. Por ejemplo, la de Lucía. Y también tiene 120 años.

Minerva manoteaba con frecuencia para dar énfasis a sus palabras y la corriente que generaban sus manos agitaba las cortinas del salón. No era la primera vez que esa fuerza huracanada de la convicción la poseía y Diana se alejó unos pasos y se reclinó sobre el sofá anaranjado a ver la tormenta pasar. Admiraba a su hija y le daba la razón, aunque jamás en público. Tal vez esa manía familiar fuese una herencia de su madre después de todo. La única. La última. 

Saltó del sofá con un ímpetu que sentó de golpe a Minerva sobre la alfombra de cuadros rojos y negros.

-¿Sabes? La abuela es una pionera. - espetó ante la mirada atónita de su hija - Y aunque le pese, la más importante de todas. De entre todas sus batallitas, lo que más destacaba era aquello de que en el 2020, en su primer cumpleaños, el feminismo tenía mucha fuerza y lograba grandes avances en leyes, incluso a nivel educativo. 

La mirada intrigada de Minerva alentó a su madre a seguir con la historia y se sentó en el suelo junto a ella, tomándola de una mano:

- Decía, veinte años después, que le parecía bien que avanzaran, pero que ella en el pueblo no tenía esos problemas, que estaba bien como estaba. Que quién era nadie para juzgarla. Entonces, muchas mujeres la respaldaban, sin embargo del pueblo se fue marchando la poca gente de toda la vida y llegaron matrimonios forasteros, con nuevas ideas. La abuela aceptó los cambios, incluso los educativos, porque no nos impidió ir a la escuela cuando tuvimos la edad. Con todo, siguió convencida de que las cosas estaban mejor antes.

Diana hizo una pausa, miró a los ojos de Minerva y se puso de pie, ofreciéndole su mano para levantarse. Su hija se incorporó sola y le tendió la mano. Entrelazaron los dedos y la mujer prosiguió con la historia:

- Ya era la única en el pueblo que pensaba así, pronto fue la única en todo el país. Recibía llamadas a diario para visitar escuelas, centros comunitarios y espacios de igualdad en los que compartir su visión. Aceptaba siempre y jamás encontró a una sola mujer que estuviera de acuerdo con ella.

Su impaciente hija comenzaba a revolverse y mirar hacia la puerta del salón con desesperación:

- Mamá ¿por qué me cuentas todo esto? No es algo de lo que sentirse orgullosa. ¿Adónde quieres llegar?

Diana asintió y soltó las manos de su hija. La observó de arriba abajo y se imaginó a sí misma 40 años atrás. Suspiró hondamente y retomó el hilo sin mirar a Minerva:

- A finales del siglo XXI, tu abuela me confesó que ya no podía echarse atrás. Había defendido ese orden antiguo, injusto. Ese orden machista. Lo había hecho por mí, por ella, por todas nosotras. Había decidido que sería la primera en ser la última. Ese tipo de pionera que nadie quiere ser. La que refleja los males de la sociedad pasada a fin de que las futuras sigan avanzando. Un museo de viejos patrones retrógrados para recordarnos los progresos realizados. Para evitar la vuelta atrás.

Contra la puerta cerrada se recortaban sus dos figuras, las manos enlazadas y la mirada al frente. Buscarían a la abuela. Tenían mucho que celebrar.


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