viernes, 26 de marzo de 2021

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 Me he leído un libro en gallego. Breve y juvenil, porque empezar con Rosalía de Castro o Eduardo Blanco Amor me parecía misión imposible. Este cuento de Eva Mejuto está muy bien para acercarse a la lengua gallega si se tienen algunos conocimientos mínimos (la gramática que he estudiado en un cursillo online) y un diccionario a mano para palabras que no se deducen inmediatamente.

Y además la historia, el tránsito de mujer a hombre del personaje protagonista, está narrada con mucha ternura e intuyo que con mucha verdad. Ahora que tanto barullo causa la ley trans, leer este relato es una gran dosis de vida, un poner el foco en las personas y su vivencia sin olvidar el contexto a su alrededor. Eso sí, dejándolo a su alrededor.

Hay un detalle en el libro que me ha causado gran efecto si tenemos en cuenta que está narrado en primera persona y es el uso del masculino y el femenino. No solo por el entorno, que encuentra difícil a veces referirse a Álex y no a Xela, sino por el propio protagonista, que efectúa el tránsito hacia sí mismo en los múltiples armarios de los que salir, empezando por el propio.

Es un libro optimista y didáctico que incorpora personajes imprescindibles creo para una ideal aceptación de los cambios (personales, familiares y sociales) que un tránsito así conlleva. Aunque no olvida algunas experiencias, también reales, narradas por otros personajes o en tercera persona. Con ello no se centra en el drama social sino en el logro personal. En ese aspecto el capítulo central, de las pesadillas, refleja para mí el tono de toda la obra. Copio un pequeño párrafo (en galego, claro):

Non sei que me ocorría pero andaba cos nervios de punta. Polas noites, raro era o día que non tiña pesadelos, e cada vez eran máis estraños. Soñaba que me medraba o cabelo ata os pés, e que se me enleaba no pescozo e me afogaba; outras veces que me miraba no espello e non recoñecía a cara que me ollaba, deforme; que chegaba a escola e esquecera levar a roupa e estaba en coiros diante de todo o mundo; que se esmendrellaban de risa e me sinalaban co dedo.


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