miércoles, 17 de junio de 2020

En un rincón de la memoria

¿Quién llamará a estas horas? La verdad es que no me explico a la gente, si lo han dicho muy clarito en la televisión, hasta salió el Rey, porque claro, es una situación terrible. Pero qué agradable es el Rey, la verdad, y qué cercano, porque vino aquí, puerta por puerta llamando a todo el mundo para decirnos que nos quedáramos en nuestras casas, que era muy importante y que él era el primero que no pensaba moverse, bueno, ni él ni sus hijas, que se quedaban en casa y que era lo mejor. Es que las lluvias de estos días no son normales, había hasta coches arrastrados por el agua y flotando en las carreteras… chiiiiiu”.

No ha llamado nadie a la puerta. En la casa azul con la puerta marrón, el número 53 de la urbanización, llevan más de dos meses sin salir de casa apenas, y sin recibir visita, pero Angustias tiene una enfermedad que le ha dañado su memoria a corto plazo y además, confunde la realidad y la ficción. 

Madre, no hay ni puerta ni lluvia ni Rey que valga. Se ha quedado usted dormida y seguramente se haya meado encima. Venga, levántese y vamos al baño a ver si tiene remedio, aunque a estas alturas ya poco vamos a hacer, que yo no sé qué manía le ha dado ahora con dormirse antes de la hora de comer que de siempre ha sido su peor momento porque hace la digestión del desayuno y se le suelta la tripa  que hay que ver cómo deja el ambiente, perfumado natural de verdad.

No es fácil para su hija Lola convivir con sus cambios de humor repentinos, sus madrugones sorpresa o las mañanas en que parece que no va a salir de la cama nunca. Sin embargo, otros días, aquellos en los que amanece dicharachera y chistosa, reconoce su nombre y le cuenta historias cien mil veces repetidas de su infancia, Lola cree que todo pasará, como este virus. Y sueña que vuelve a ser la mujer alegre de abrazo cálido y sonrisa amplia que estuvo presente en cada uno de los pequeños pasos de su vida: la función de fin de curso del colegio, la final del campeonato de baloncesto femenino, la graduación, la boda, el bautizo de su hija Rosario… 

Mamá, la abuela ha dejado la cama hecha ¿qué te parece? Yo no sé si con esto de la cuarentena está recuperando algo, que sería normal, claro, como nos dijo el geriatra que lo que mejor le viene son las situaciones estables y sin muchos cambios, ahora que nadie se mueve ni sale ni entra en casa, ni hacemos mucho más que recoger y de vez en cuando mover un poco un sillón o una mesita, pues supongo que ella tan contenta empieza a encontrarle un sentido a todo esto, ¿crees que me reconocerá?

A Lola y Rosario les envuelve el miedo a que esos recuerdos se pierdan, por eso los atesoran en un rincón de la memoria, cada cual de la suya, y aprovechan cualquier rato de lucidez para martillear su cabeza con preguntas suspiradas que se convierten en alivio sonriente cuando Angustias asiente mecánicamente con infinita paciencia y las despide con una gran sonrisa dibujada en el corazón. 

Aunque su cuarentena sea permanente y esté confinada en casa o en una residencia, sigue siendo la misma mujer fuerte que sacó adelante a siete hijos ella sola cuando su marido murió prematuramente. Seguramente por eso aún le exigen demasiado a sus brazos, antes fuertes de sostener su peso y ahora temblorosos cada vez que se agarra a una barandilla.

- Abuela, ¿te acuerdas aquel verano en Estella que aprendí contigo a montar en bicicleta?

- Claro Lola, hija, como no me voy a acordar de Estella, si allí nacieron mis padres.

- Abuela, soy Rosario, tu nieta

- Madre, Lola soy yo. ¿No me reconoce?

- ¡Calla, tú! Que estoy hablando con mi hija.

- Venga, da lo mismo. ¿Tomamos el aperitivo?

O quizá sea pura distracción, un punto de fuga que despiste a sus ojos, para no mirar a la enfermedad de frente y aceptarla con serenidad, con la  misma serenidad con la que Angustias se abraza a sus recuerdos repetidos cada día, en paz desde hace mucho tiempo con la vida y con la muerte. 

Lola y Rosario persisten, y confían en que un día sonará la puerta de verdad, no el ruido falso de alguna serie de televisión, y Angustias preguntará quién diablos llama a estas horas, y será el Rey con su familia, y ella los saludará como si fueran amigos de siempre y les invitará a tomar un café mientras les cuenta que el Rey ha salido en la tele a causa de las fuertes lluvias para pedirles que se queden en sus casas. Y sonríen nerviosamente, sin saber cuándo volverán a la esquina doblada de sus ojos las lágrimas de impotencia.

Mientras, doña Angustias, silenciosa, continúa enseñándonos, escuchemos o no, a mirar hacia adelante y convivir con los olvidos y los recuerdos.

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