miércoles, 21 de julio de 2021

Golpe de calor

 Es con estas pequeñas desgracias como los niños se van haciendo adultos.

Quim Monzó

El hombre de la camisa harapienta está postrado de rodillas junto a un banco de la calle. Son las ocho de la tarde y es domingo, pero nadie sale, por la calor. El hombre, que además de llevar una camisa harapienta huele a vómito y a sudor, se agarra a las maderas anaranjadas del asiento para incorporarse. No sabemos si será el alcohol o la desconsiderada temperatura de estos primeros días del verano. Lo que sí sabemos es que necesita agua y no hay un alma, ni una tienda abierta y tampoco una fuente. Ya no hay fuentes en los pueblos, son peligrosas: por la sequía y por los contagios.

Vamos a dejar al hombre que huele a vómito y tiene los ojos azules descansar unas horas junto al banco, porque aún no ha llegado la hora de que los jóvenes alegres paseen por allí. Es una lástima que los jóvenes alegres, que visten chaquetas vaqueras por si refresca a la mañana, no se acerquen al banco hasta bien pasada la medianoche. Quizás si hubieran salido antes de casa (maldito calor) o dejado el último bar antes del cierre, quizás, el hombre de la camisa harapienta y barba descuidada seguiría vivo. Deshidratado, pero vivo.

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