viernes, 23 de julio de 2021

Comentarios - La insolación

La primera parte de la trilogía inacabada de Carmen Laforet es una maravilla. Una oda al verano y a la libertad... y a la juventud efímera, porque no hay mejor momento para hablar del verano que la juventud. Nada que ver con la noche toledana del segundo tomo Al volver la esquina, que transcurría en calles frías y lluviosas.

Me ha gustado leerlo así, al revés de cómo los publicó. Le da otro sentido al título genérico Tres pasos fuera del tiempo. Y sobre todo, me ha descubierto a Martín Soto, el personaje de origen enigmático que ahora comprendo mucho mejor:

A ninguno de estos grupos pertenecía Martín. En ninguno podía entrar. Entre las mujeres y los niños se sentía asqueado y los hombres le rechazaban. No podía hacer otra cosa que dibujar, dibujar siempre.

Martín dibujó hasta el jueves. El jueves, día marcado para aquella discutida recepción de Eugenio y Adela, la vida de Martín tuvo un giro imprevisto y se salió de aquel interés de las caras de los hombres y de las mujeres, de la vida del pueblo que comenzaba a adivinar, y hasta de su necesidad de dibujar continuamente.

En la novela se recorren los tres veranos de adolescencia que Martín pasa junto a los hermanos Corsi con los que se reencontrará diez años más tarde en una situación muy diferente y al mismo tiempo muy parecida. Un encuentro cuya nostalgia ya impregna las páginas del primer libro, aunque el chico no sepa aún la dimensión de su melancolía:

Fue quedándose atrás en la carrera que llevaban Anita y Carlos hacia la plaza del Casino. En un momento determinado los vio desaparecer al volver una esquina y entonces la calle, con su cielo azul, los cables de la luz sobre las azoteas blancas, los pájaros sobre los alambres, las ventanas, el empedrado, los niños que jugaban junto a una puerta, todo le pareció enormemente melancólico. Echó a correr de nuevo y encontró en la plaza a sus amigos.

Con la abundancia y la tranquilidad de los largos y calurosos días del verano transcurre la novela. Se mueve en lo sutil bajo formas bruscas o bruscamente con situaciones simples, igual que juegan los niños. Y lo hace siempre en esa atmósfera seca que te obliga a leer con una botella de agua cerca para enjuagarte el polvo de los caminos de la España de posguerra.

Termino con el primer párrafo que me parece una fotografía social del secarral que por aquel entonces debía ser todo el país.

Era como viajar hacia el centro mismo del sol. Pasaban pitas, chumberas, pueblos como muertos. A veces, naranjeros, huertos grises, filas de palmeras quemadas. Todo el color lo comía la luz.

A veces se detenían en un poblado para repostar agua y entonces acudían chiquillos medio desnudos, morenos, desgreñados. Brotaban de pronto entre una calle vacía. Moscas, infinitas moscas asaltaban el vehículo. Aparecían guardias civiles. En otros sitios, falangistas, soldados también. Saludaban al padre de Martín. Luego, la carretera.

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