Machado con sus cantares
te invita a versar la prosa
y recorrer los caminos
de agua, de tierra y de moscas.
Si a algún lugar el poeta
de los que pueblan su mente
regresa mucho es sin duda
a su infancia y a la fuente.
Tiene el agua su poesía
la sed y el sonido revuelto
la monotonía aquella
y el temblor de lo que es cierto.
El arte mayor también lo domina
y le da el aspecto de la tarde clara
que endulza el sabor del fruto prohibido
bajo el ritmo lento de viejas campanas.
Aunque luz alumbren y brote el agua
no todos sus versos son la primavera
también los secos campos de Castilla
los vientos de otoño, los fríos, la hoguera.
La sabiduría del tiempo que la tierra
esconde en los jazmines
y la verdinosa piedra,
que brotan con su pasajera vida
que cubren el camino de su muerte lenta
espejan soledades del poeta.
Galerías. Recorridos de ida y vuelta.
Y no quiero por odiosa que sea la comparación, dejar de compartir un fragmento de un poema. Elijo uno de los suprimidos de Soledades (la primera edición), por no caer en los clásicos ya de sobra conocidos y porque me parece que el segundo verso es maravilloso.
Siempre que sale el alma de la obscura
galería de un sueño de congoja,
sobre un campo de luz tiende la vista
que un frío sol colora.
Surge el hastío de la luz; las vagas,
confusas, turbias formas
que poblaban el aire, se disipan,
ídolos del poeta, nebulosas
amadas de las vísperas carmíneas
que un sueño engendra y un oriente borra.
(...)
¡Criaderos de oro lleva
en su vientre de sombra!...
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