viernes, 14 de mayo de 2021

Comentarios - Las ninfas

¡Yo he venido aquí a hablar de mi libro!

Esta es la frase-anécdota que más se recuerda sobre Francisco Umbral. Y tienen algo estas nueve palabras, este endecasílabo con licencia poética, que resumen la vida real, si la tuvo, y literaria, si es que tiene sentido diferenciar ambas, del peculiar escritor.

Así por lo menos lo veo en Las ninfas, novela en la que su protagonista, Francisco, narra los episodios que condujeron al final de su adolescencia y que no es sino otra autobiografía más del poeta, en este caso, de la vida baudeleiriana que tanto Umbral como Francisco vivieron real o literariamente con el afán incansable de ser sublimes.

Porque el libro es poesía engastada en prosa desde su primer párrafo:

La habitación era cuadrada, o rectangular, u oblonga, o quizás fuese oblongamente rectangular, oblongamente cuadrada, rectangularmente ovalada, elípticamente cuadrada, no sé, quién sabe. La habitación, quizás, era cada día de una forma. Cada tarde, cada noche, cuando la lluvia azul de sus paredes descendía como un lento desangramiento atardecido, como una humedad del tiempo más que del aire, como un llanto de las cenefas o una respiración de los espejos.

Y como todo universo poético, de difícil acceso al principio, pero muy gratificante una vez allí. Y como es imposible, especialmente en este caso, separar al artista de su obra, también resulta enternecedor a veces y a veces repugnante, y me cuesta leer su obra sin estar en desacuerdo. Esto me ha recordado a similares sensaciones con otros autores contemporáneos como Andrés Trapiello, también, como Paco, escritor de su vida en diarios. Excelentes en su capacidad artística de mantenerse excéntricos dentro del reconocimiento, ambos curiosamente columnistas de El Mundo.

También veo ecos de Umbral en Sabina, y creo que el primero reconoció el mérito del segundo calificándolo con el mejor adjetivo posible "decadente", que es la tónica de Las ninfas. Un viaje decadente por una provincia decadente, con unos círculos literarios decadentes. Todo ello tremendamente inspirador para el protagonista, que decide, claro, ser poeta frente al trabajo burocrático y de oficina:

Era el mundo que se me destinaba, y yo, en aquellos diez o quince minutos del sótano, tenía miedo y deseo de salir a las alturas, a la luz sucia de las claraboyas de las oficinas, tenía terror de ir ascendiendo en aquellas aguas, que sería ir muriendo (como mueren los peces en el mar, cayendo hacia arriba, hacia la superficie), tenía claustrofobia de tiempo más que de espacio, en aquel sótano frío que me deshacía el vientre por dentro. Pero en el sótano me hundía, me defendía, me olvidaba, como el niño que se refugia en lo que le aterroriza, por no verlo, como el toro que huye hacia adelante, y escribía un poema por el revés de un impreso.

Y claro, no hay novela adolescente que se diga baudelairiana sin bohemios decadentes, sin erotismo, sin la primera vez como rito de paso a la edad adulta, sin excesos que sacudal la moral, sin bajos fondos y prostitución como perpetuación de un orden patriarcal y voyeurista:

Diótima no conocía mujer y sus camaradas decidieron que era llegado el momento, de modo que aquella noche, tras la ronda por aquellas tabernas, ..., se acordó en cónclave ir en busca de la doña Nati, como mujer de mayores veteranías y mejores oficios en el menester requerido. (...)

Mire usted, doña Nati, se trata de este muchacho, le tenemos bajo nuestra protección, aún no conoce mujer, hemos pensado que usted, con su clase, y volvió a besarle la mano, ahora sin motivo, aunque la primera vez tampoco lo hubo. Bien, ya sabéis el precio. Claro, claro, pero lo que quisiéramos, siguió Teseo, es que nos dejase estar presentes (y nos abarcó con un ademán de su mano morada), va a ser una especie de ceremonia, ya comprende, algo inolvidable, somos artistas y... O sea, que va a ser divertido, dijo ella, y rió mostrando unos dientes blancos y muy pequeños, impropios de aquella mujer tan grande.

Desde Las flores del mal (1857) hasta esta novela (1975) van más de cien años y desde esta última a la actualidad casi cincuenta. Uno quiere creer que se puede ser sublime y baudelairiano y lo que se quiera de otra manera, con otras ceremonias, con otros ritos que no impliquen una congregación de hombres o que sea una congregación diferente, pero con estos modelos y la falta de imaginación crítica que tenemos los hombres sobre nuestra construcción como tales, es difícil que vayamos más allá del rebelde poeta.



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