martes, 4 de agosto de 2020

Troyanos en Laredo

Desde la Puebla Vieja de Laredo no se ve el mar. Ninguna de las seis rúas que forman el casco antiguo de la ciudad lo permite. Y es a propósito. Así quiso el rey Alfonso VIII que fuera, como un fortín inexpugnable frente a los piratas. Porque, como es bien sabido, los piratas no le temen al mar, pero sí a la tierra firme. Creía que así podrían mantener alejados del pueblo a los malhechores.

Sin embargo, la primera expedición de calaveras, parches negros y patas de palo que quiso saquear la ciudad llegó una tarde cálida de otoño y se introdujo en la ciudadela como el caballo de Troya, con finos y falsos disfraces de comerciantes extranjeros.

Funcionó. Desde entonces se les conoce como Troyanos. Hoy sus descendientes, lejos de abordajes, mareas y tormentas, gestionan las tabernas, tiendas de regalos y servicios de correos de la ciudad.

Cuando los visitantes y turistas llegan a sus calles empedradas, una emoción desconocida recorre la sangre de los troyanos. Observan su ir y venir descontrolado a la caza del botín, sea en forma de fotografía para Instagram o de souvenir hortera. Más de una vez le he oído decir a la nieta de aquellos viejos piratas: “Infelices, también se creen troyanos en Laredo” y sonreírse al descubrir que buscan alguna residencia en venta para quedarse a vivir aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario