viernes, 16 de diciembre de 2022

Comentarios - Algo en lo que creer

 El niño rio al pasar sus suaves manitas por la frente fruncida del abuelo, tocando sus cejas encanecidas, sus párpados y sus pestañas. Luego le colocó la venda justo por encima de la nariz y de las orejas y echó a correr por el cementerio soleado, buscando un escondite.
- Cuenta hasta veinte, abuelo -gritó el pequeño.
- Misisipi uno... Misisipi dos... Misisipi tres -contó en alto el abuelo, sin prisa, paciente como un polvoriento reloj de pared abandonado en la esquina de un comedor.

Con este entrañable y tétrico arranque nos sumergimos en la tercera novela de Nickolas Butler, con la que culmina su trilogía de Wisconsin. En esta ocasión deja a un lado lo imaginario para inspirarse en hechos reales, aunque la historia sucediera en Weston y el autor la desplace a Eau Claire, un par de horas hacia el oeste.

 

Al igual que en El corazón de los hombres y Canciones de amor a quemarropa, el protagonista principal es un hombre, el viejo Lyle Hovde, un recién jubilado que aún hace algunos trabajos en el campo y sobre todo se dedica a su nieto (el mismo que al principio le coloca la venda en los ojos).

Es quizá en esta obra donde más claramente hay un protagonista, siendo las anteriores algo más corales, Es curiosa la evolución de la voz narradora de sus novelas, cambiante en Canciones, omnisciente aunque partiendo del punto de vista en El corazón y clásica (tercera persona con protagonista definido) en esta. Me aventuro a suponer que basarlo en hechos reales casi le obliga a adoptar ese lugar, o al menos haga que el autor se sienta más cómodo ahí.

Lyle lo miró atentamente. Lo observó mientras él contemplaba desde allí, de pie, las filas de feligreses. (...) Lyle buscó con la mirada a Shiloh, situada un poco más adelante en el pasillo. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa que Lyle no recordaba haber visto en meses, años tal vez. (...)
Fue en ese momento cuando se le vino la palabra a la cabeza: rebaño. Los gansos también formaban rebaños: bandadas. Y los patos. Pero los gansos y los patos también podían arruinar sin remisión el césped de un parque con su incesante producción de excrementos. La ocurrencia estuvo a punto de hacerle reír, pero se contuvo y trató de mantener la seriedad estudiando a los parroquianos.

La historia de Lyle y de su hija adoptiva Shiloh es la de tanta gente que necesita (o cree necesitar) algo en lo que creer. Un argumento, el de la fe, que mueve montañas, con todo lo que implica, de heroico y de peligroso. Así pues, la novela se acerca a los límites de la fe. Esos que quizá ahora estén tan difuminados con las así denominadas "seudociencias". 

O puede que sea al contrario, y la novela hable de los límites del pensamiento científico frente a la amplitud y calado de discursos negacionistas (recordemos que no han pasado tres años desde que cierta "eminencia" política norteamericana negara las letales consecuencias del COVID.

En cualquier caso, tener algo en lo que creer parece necesario para el autor, que se pregunta más bien por lo que sucede en caso de conflicto entre dos creencias contrapuestas. Ahí, y por supuesto en toda la ambientación, como siempre rodeada de detalles de la naturaleza, descansa la fuerza de esta historia.

A propósito, los capítulos se dividen por estaciones, comenzando en primavera, lo que nos permite conocer las principales características meteorológicas de Eau Claire y seguir el ciclo de la vida a través del cuidado de los manzanos de un matrimonio que aún contrata a Lyle para trabajar en la finca.

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