lunes, 18 de julio de 2022

Comentarios - Doctor Pasavento

Hacía ya tiempo que no leía a Vila-Matas, quizá porque acabé empachado de su universo a mitad de camino entre la poesía y el ensayo, entre la literatura física y la imaginaria. Al cabo de unos años, seguramente unos 10 o 15, vuelvo a él y sigo encontrándolo enormemente interesante y original.

La historia sigue el hilo narrativo de su protagonista, Andrés Pasavento, un más que posible trasunto parcial del autor. Pero no es la historia de Pasavento; es un ensayo sobre la historia de la desaparición en la literatura. O tal vez sea ambas cosas, por el arranque de la obra:

Paseábamos por la llamada "alameda del fin del mundo", un melancólico sendero junto al castillo de Montaigne, cuando me preguntaron:
- ¿De dónde viene tu pasión por desaparecer?
Mi acompañante deseaba saber de dónde venía esa idea de desaparecer que tanto anunciaba yo en escritos y entrevistas, pero que no acababa nunca de llevar a la práctica.
(...)
- Pues no lo sé -terminé al poco rato contestando-, ignoro de donde viene pero sospecho que paradójicamente toda esa pasión por desaparecer, todas esas tentativas, llamémoslas suicidas, son a su vez intentos de afirmación de mi yo.

 A partir de ese momento se inicia un viaje en tres planos, el geográfico, el mental y el literario; que mantienen la tensión de la trama aún cuando se ve claramente que no es lo más relevante de la novela.

Con ecos de Joyce por la manera en que se narra el viaje de los pensamientos del protagonista (inicialmente vinculados a su desplazamiento real en Ave de Madrid a Sevilla, lo que ya nos da una pista de la velocidad a la que el autor saltará de un tema a otro), y numerosísimas referencias a la escritura centroeuropea de principios del siglo XX (sin duda la etapa favorita de Vila-Matas, en cuyas obras siempre aparecen Kafka, Musil, Walser, con sus ideas sobre el desarraigo y la identidad), se va desarrollando una historia compleja y llena de guiños a la relación entre el autor y su obra, independientemente del autor (o autora, aunque pocas escritoras cita).

Me dormí pensando en alguien que, hablando de Walser en sugerentes términos, escribió que éste encarnaba la bella desdicha, pulcras palabras para describir una forma de vivir que yo conocía muy bien. Se trataba de todo un estilo de vida, de una ciencia, de un alegre deslizamiento hacia el silencio, de una ética de las desesperaciones. Me dormí y luego ya no pensé en nada. Pero es que en nada. En nada de nada. Desaparecí con una grandísima facilidad, en el sueño.

La obsesión por desaparecer del personaje principal lo lleva a cambiar de nombre en varias ocasiones y a toparse con personajes que lo podrían desenmascarar y que cualquiera que fuera un poco suspicaz podría llegar a pensar que no son sino fragmentos de ese protagonista, reflejos parciales deformados de alguna de sus características principales. Así, los Morante, Humbol, Farnese o Kägi permiten al autor establecer un diálogo no se sabe muy bien ya si consigo mismo o entre el protagonista y sus alter egos.

Quizá una de las características más resaltables de la novela es su manera de incorporar la obra de Robert Walser como leitmotiv o generar referencias periódicas en cada capítulo, de manera que a veces la cita del texto lleva al protagonista a desarrollar la acción y otras el protagonista realiza actos que luego descubrimos que estaban vinculados a alguno de los personajes de la obra de Walser.

Sólo sé que he pasado once días en Nápoles y que ayer, como si iniciara una fuga sin fin, me marché de esa ciudad. Me marché súbitamente aunque nadie lo notó, me fui sin ser visto. Y ahora estoy en este hotel de la rue Vaneau de París, tan familiar en los últimos tiempos para mí. Me pareció que, en mi caso, a la hora de esconderme, era uno de los lugares más seguros del mundo, ya que a nadie se le ocurriría por ser un sitio demasiado evidente (pienso que es conocida la atracción que la calle de ese hotel ejerce sobre mí), buscarme en él.

Un universo, en fin, el de Vila-Matas, que requiere de mucha atención y posiblemente obligue a releer algunos pasajes, pues esconde pequeños matices en cada renglón. Y a la densidad se le suma el volumen (casi 400 páginas en su edición de bolsillo). Un reto como pudo ser, en su momento, leer el Ulises.

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