lunes, 21 de septiembre de 2020

Sonríe

Seleccionado para publicación en el V Concurso Comarca de Cuencas Mineras

Marisa abrió la puerta de su habitación antes de colocarse la mascarilla sobre la boca.
Inspiró una última vez el aire cerrado de su cuarto y salió al pasillo. Sus finas zapatillas
deportivas blancas y azules se deslizaban silenciosas por el parquet. Cerró tras de sí la
puerta de la casa, se limpió las manos enguantadas con el gel hidroalcohólico que colgaba
junto al botón del ascensor y tras pulsarlo decidió tomar la escalera. Bajó los peldaños de
uno en uno, sin apoyarse en el pasamano metálico, con cuidado de que su equipo de
protección no se enganchara en el descenso.


El portal estaba abierto y tuvo el impulso de echar a correr y cruzar la puerta pero una fugaz
mirada a la videocámara que colgaba del techo la retuvo. Volvió a desinfectarse los guantes,
restregó la suela sobre la alfombrilla encharcada de lejía, situó la frente sobre sensor de
temperatura y esperó. Un pitido, contuvo la respiración, dos pitidos, expulsó el aire despacio
para no mover la mascarilla, tres pitidos, el sensor se elevó para cederle el paso.
 

- Su temperatura y sus constantes son adecuadas, puede salir. Recuerde que tiene 45
minutos. Gracias por su colaboración – recitó una voz metálica por el telefonillo.
 

De nada, pensó Marisa para sus adentros mientras sacaba la lengua por dentro del bozal.
Sabía que perdería 5 minutos de su paseo diario en renovarlo cuando detectaran el anormal
aumento de la humedad relativa pero le gustaba pensar en la protección de su libertad de
expresión, aunque fuese oculta bajo ese pañuelo azulado.
 

En la calle todo parecía muy normal. La gente desfilaba a tres metros de distancia, los
sensores de temperatura de cada cruce emitían su triple pitido en un canon infinito, las
tiendas y comercios inundaban sus escaparates de códigos QR...
 

De repente, un fogonazo de luz blanca salió de entre los cubos de la basura.
 

Automáticamente las personas a su alrededor comenzaron a retroceder y alejarse del
círculo de seguridad que se estaba generando sobre la acera. Marisa vio como la luz se acercaba a la
puntera blanca de sus zapatillas y comenzó a dar lentos pasos hacia atrás. Cuando alzó la
vista hacia los cubos observó a una mujer joven, quizá de su misma edad, con una
abundante cabellera rizada y la sonrisa más bonita que jamás hubiera visto. Posiblemente la
única. Se la devolvió quitándose la mascarilla mientras la luz inundaba su figura y el círculo de seguridad la absorbía.

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