jueves, 23 de julio de 2020

Una mañana en las nubes

Alicia adoraba esos días en los que la espesa niebla teñía de blanco los cristales de las ventanas. Por varias razones, aunque principalmente porque se despertaba 15 o 20 minutos más tarde de lo habitual, como si el despertador interno se le apagase automáticamente, consciente de que su trabajo en la granja industrial estaría de nuevo parado.

Por la mañana en la semioscuridad de la casa, se movía como una gata, midiendo cada paso con recelo y arrimándose a las paredes para evitar encontronazos no deseados con los zapatos, sillas y bolsas que deambulaban por medio.

Es la sensación más parecida a vivir en una nube, pensaba mientras sorbía el café oscuro de una taza roja de esas que regalaban con la compra de tres unidades. Y por un momento imaginaba qué ocurriría si la niebla fuera tan espesa que pudiera elevarla consigo a medida que fuese levantando el día.

Sobrevolaría el pueblo y los alrededores, descubriendo el verdor de la primavera y las enormes extensiones de maíz frente a la granja, en un rectángulo perfecto, dibujado tal vez por una persona que como ella hubiera tomado una nube espesa y observara el lugar idóneo para que crecieran las mazorcas.

Los ladridos de Yuni, el viejo pastor alemán, la devolvieron a la casa. Protegida por un gastado impermeable, salió al húmedo jardín a prepararle su comida y cambiarle el recipiente en el que tenía el agua, un cuenco de plástico verde fosforescente, todo un acierto para días como ese.

Mientras el frescor del rocío de la mañana le sacaba las legañas de los ojos, se giró para observar una sombra que se dibujaba junto a lo que debía ser la caseta de Yuni. Parecía un arbusto, o una farola baja, o una señal de tráfico, o... ¡una persona!

De un brinco retrocedió hasta casi el umbral de la casa y atacada por el pánico intentó gritar en tono amenazante, pero descubrió que su voz no era capaz de salir de la garganta, como si la niebla se le hubiera acomodado también en las cuerdas vocales.

- Disculpa la aparición - le contestó una voz dulce y tranquila que disipaba los nubarrones de su mente - me subí el lunes pasado en una nube durante un día de niebla y hasta ahora no he podido volver al suelo.

Con una sonrisa amplia y divertida, mostrando sus dientes de color blanco niebla, Alicia invitó a la visitante a pasar a casa. Era una joven de cabellos rubios atados con una trenza, que tal vez tendría su edad.

- Yuni y yo te esperábamos desde hacía algún tiempo, Dorothy, ¿quieres un café? - ambas se rieron largamente y pasaron entre guiños cómplices a la cocina.

Aquella mañana, cuando la niebla se disipó, no había rastro de la casa de Alicia, y de Yuni solo quedaba el reflejo verdoso del agua en su cuenco. Desde entonces, unos campos de maíz presididos por un simpático espantapájaros ocupan su lugar formando un rectángulo perfecto.

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