sábado, 5 de febrero de 2022

Comentarios - La impaciencia del corazón

 Aunque para impaciencia la mía, que no he podido soltar el libro hasta llegar al final... y eso que no es una trama con grandes giros inesperados.

Esta novela de Stefan Zweig, que era conocida con el título La piedad peligrosa, narra en primera persona la historia de un militar del imperio austrohúngaro al que consideran un gran héroe de guerra. Es sin duda una inmersión profunda en la psicología de este teniente Hofmiller, un joven de apenas 30 años atormentado por sus errores y reacio a aceptar su fama.

La obra empieza, al modo del Quijote con una estrategia metaficcional para darle verosimilitud a la trama: el autor asegura transcribir la historia del teniente Hofmiller tal cual la escuchó de sus propios labios.

También el suceso que voy a reproducir aquí me fue confiado casi en su totalidad y, justo es decir, de una manera completamente inesperada. La última vez que estuve en Viena, cansado después de mil gestiones, busqué al caer la noche un restaurante de arrabal que creía que había dejado de estar de moda y sería poco frecuentado. Pero, apenas entré, comprobé con irritación mi error. Justo de la primera mesa se levantó un conocido mío con todas las muestras de una alegría sincera...

Este es el primer arranque de la novela, que no tendrá recuperación al final, sino que se manifiesta como una introducción a la historia del protagonista. Con ello, Zweig consigue, sin cambiar el narrador en primera persona, crear dos personajes narradores y salvar la distancia que en la novela también sorteará con los diálogos estructurados en largas parrafadas monologadas por cada uno de los personajes.

Es una elección muy certera, porque gracias al punto de vista, la obra mantiene una tensión extraordinaria, ya que vamos conociendo al teniente por su relato y al resto de personajes a través de su mirada, pudiéndose conservar así algunos secretos que un narrador omnisciente habría tenido que revelar sin remedio.

Además del teniente, desfilan por el libro grandes personajes como Edith Von Kekesfalva y su padre, el doctor Cóndor o el coronel Bubencic. Uno de ellos, el doctor Cóndor, le espeta lo siguiente hacia la mitad del libro al héroe (o antihéroe):

¡Compasión, muy bien! Pero hay dos clases de compasión. Una, la débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.

 No es casualidad que el título salga de este párrafo y que estemos por lo tanto ante una novela que se centrará en el primer tipo de compasión de los señalados por el doctor. Sin embargo, al igual que una moneda tiene dos caras soldadas la una a la otra, el otro cuento, la narración compasiva, se entreteje con la trama principal y revela ciertos vericuetos de la psique humana desde un prisma diferente y casi opuesto al que se ha consensuado socialmente como herramienta de lectura. 

Por eso la trama está salpicada de engaños y giros que no sabemos si leer como traiciones o demostraciones de la mayor de las fidelidades y ejemplo de honestidad y compasión. Sólo por reflexionar sobre ello vale la pena leer este magnífico relato.

Es cierto que, aun no siendo Zweig el máximo ejemplo de escritor judío (afirmaba que sus padres lo fueron por "un accidente de nacimiento"), si que incorpora algunas de las constantes que he ido apreciando en casi todos los libros de judíos que me ha prestado mi tía estos años, principalmente una misoginia que se manifiesta en el trato y juicio a los personajes femeninos: la que no es caprichosa, es ignorante y si una es déspota, la otra es tan sumisa que desespera.

Un tono amargo vibraba en su voz. Sin querer, me vino a las mientes lo que Kekesfalva me había contado: que Condor se había casado, como castigo por decirlo así, con una ciega a la que no podía curar, y que esta mujer, en vez de estarle agradecida, todavía lo martirizaba.

Compasión o debilidad, impaciencia o serenidad y el difuso eje de la ética son algunos de los conceptos sobre los que orbita esta novela, que no repara en criticar abiertamente la guerra (la Primera Guerra Mundial, aunque se entiende que va dirigido a la Segunda, que ya se iniciaba en 1939 cuando se publica esta obra).

Tampoco está de más recordar que Zweig se suicidó junto a su esposa en 1942 en vista de la expansión de la Alemania nazi y las previsiones bastante fundadas entonces, de que el nazismo se extendería por todo el mundo.

1 comentario:

  1. "¡Compasión, muy bien! Pero hay dos clases de compasión. Una, la débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá."

    :)

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