sábado, 20 de noviembre de 2021

Comentarios - Temblor

 Rosa Montero escribió esta novela fantástica en 1990. Lo más característico para mí de estos mundos paralelos, que son tan comunes en la ciencia ficción o las novelas futuristas, es su inexcusable parecido con la realidad. Por ello creo que es esta una novela sobre la decadencia barroca de una sociedad, que podría muy bien ser esa España de los 90. Ebria de los excesos democráticos que no fueron capaces de abandonar el sistema anterior y abocada a repetir los mismos errores una y otra vez.

Agua Fría entró corriendo en el recinto de los Grandes; era un atardecer de otoño tan hermoso que se había entretenido en el camino y ahora el corazón le brincaba dentro del pecho, alborotado no sólo por la fatiga sino también por el temor a llegar tarde. Sus pasos resonaron en la vacía penumbra de los corredores; el sudor de sus sienes se enfrió desagradablemente. Tiritó un poco y añoró el cálido exterior del edificio. Generalmente la Casa de los Grandes le parecía un lugar hermoso, con sus paredes blancas, sus suelos de colores brillantes, sus patios llenos de frutales y flores. Pero hoy se le antojaba insoportablemente desolado, con todas esas puertas siempre cerradas y esos interminables e inútiles pasillos por los que nadie deambulaba. 

Pero esta no es más que una interpretación muy personal de un texto que me ha resultado difícil al inicio pero cuyo ritmo va creciendo a medida que la peripecia de la heroína avanza. Un libro que rezuma ecos y referencias finiseculares, desde Defoe hasta Conrad, pasando por El Señor de los Anillos o Un mundo feliz. Una apuesta muy arriesgada y valiente en la que recorre caminos ya bien conocidos de la literatura universal desde un personaje femenino, reivindicando otra mirada. 

Agua Fría entreabrió los dedos; contempló, justo ante ella, los sucios pliegues de la túnica del sacerdote, sus pies asomando bajo el vuelo. Tiene que ser ahora, ahora o nunca. Alzó la cara bruscamente y clavó sus ojos en los ojos del Hermano. El hombre se echó hacia atrás como si hubiera sido golpeado por una piedra; el tazón resbaló de sus manos y se hizo añicos contra el suelo. Estaba atrapado. El Poder funcionaba, ¡funcionaba! Agua Fría se puso en pie; el sacerdote permanecía paralizado y sólo sus ojos desencajados daban cuenta de su lucha interior.

La historia se construye desde el paradigma del viaje del héroe (heroína en este caso) a través de áridos desiertos, escarpadas montañas, gélidos inviernos y páramos secos. No es de extrañar que el temblor sea la reacción física más común y repetida en todos los personajes llevados a estos extremos. Todo ello con la inquietante e invasiva presencia de la niebla, un velo de olvido que borra toda memoria del pasado (excepto la que ha sido digna de conservarse). Muy evocador todo ello, más en estos tiempos de disputa por el relato y barreras a la memoria histórica.

La protagonista es una joven aspirante a sacerdotisa en un mundo extrañamente religioso y adorador del Cristal. Agua Fría se revela contra este mundo jerarquizado en el que tendría un lugar de poder garantizado y escapa en busca de respuestas a los grandes misterios de la Fe, consciente de no poder sustraerse del todo. Por supuesto aparecen personajes masculinos (buenos y malos) pero son las mujeres quienes llevan el peso de la novela y descolocan todo el rato al lector de aventuras, acostumbrado por el canon a héroes y antagonistas despiadados.

Y por cierto, muy interesante la reflexión sobre la violencia que esconde la novela: denostada como algo indigno (propio de hombres) al tiempo que presente en cada episodio con lo que ello implica de conflicto en la protagonista, y en quien lee. ¿Podemos imaginar una crisis (o una pandemia) exenta de violencia entre seres humanos?

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