jueves, 12 de noviembre de 2020

Bruto

Félix canturreaba alegre al son del tableteo de las teclas del ordenador. El ritmo con que sus dedos se apretaban contra el teclado era armonioso y los hombros, un poco inclinados hacia adelante, con la mirada fija en la pantalla remataban la delgada figura del artista inspirado cuando una voz por encima de su cabeza estalló glacial: “Oja se escribe con hache, bruto, corrígelo”.

La parálisis de todas las funciones vitales llevó a Félix al borde de la muerte. Súbitamente cesó la música de salir de sus labios y los dedos erraban torpemente, incapaces de encontrar la letra adecuada. Con un suspiro se dejó caer sobre el respaldo de la silla y miró al techo.

Había una telaraña gris prendida sobre la viga de madera y el escritor descansó su mirada instintivamente a merced del balanceo. Primero los ojos, luego los hombros, luego los dedos, como un baile. Sumido en el movimiento, su cuerpo se reincorporó y encontró de nuevo el teclado.

Poco a poco recuperaba el ritmo y la gracia tan similares, tan distintos. Permaneció en trance durante más de dos horas. Después se levantó de un respingo, pero primero guardó el archivo de su nuevo relato “El viento que arrancaba las haches de las ojas”.

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