jueves, 11 de junio de 2015

Empieza una nueva aventura...

Me he descargado Tinder. Esa app para smartphones que es en realidad la versión originaria de facebook (o al menos eso dice la película) y que consiste en una lista casi infinita de gente con la que potencialmente puedes ligar a través de sus fotos y las tuyas.


Por otro lado, hice un curso hace unas semanas de esos que sirven para potenciar la efectividad y cuya base se puede resumir en tres palabras: piensa, organízate y actúa.

Bien, pienso que Tinder no es lo que se escucha, sino que son más bien las actitudes de quienes se descargan esta app las que hacen que se gane la fama que tiene (el motivo es tan sencillo como numerosas son las agencias de este estilo que proliferan por la web (badoo, meetic, happn, bueno, vale, sólo he nombrado 3, pero hay muchas más)

Me organizo pues, descargando la app y, con la ayuda de experimentados colegas, seleccionando las fotos de mi perfil, en las que por cierto, descubro que hay todo un arte:
-          “Pon esta de la playa, que ahora es verano” (¡pero si tiene 8 años esa foto!)
-          “¿No tienes una con perros o gatos? Las mascotas suman” (vale, pero es el perro de mi hermana…)
-          “Esta de la bici, que dice de ti que eres un deportista” (llevo sin usarla desde aquella vez)
-          “¿Y ésta?” – ¡No, por favor, mira qué cara tengo! – “Mejor, así demuestras que sabes reírte de ti mismo y no tienes complejos” (parece razonable, ¿no?)*

Y ya está, ya tengo mi perfil. Bueno, y ahora ¿qué? Pues ahora empieza la acción. De momento mis “ayudantes” empiezan, monopolizando el teléfono, a deshojar la margarita: esta sí, esta no, esta no, esta sí, esta… ¡Eh, ésta a mi no me ha salido nunca!

El mecanismo es simple, de igual modo que yo, otras personas suben sus fotos a una gigantesca base de imágenes que, mediante un sistema de geolocalización y según los parámetros que se indican a priori (creo por cierto, que son sólo edad y proximidad geográfica), las envía y distribuye a personas potencialmente interesadas.

Uno recibe en su Smartphone las imágenes de esas personas (en la playa, con perritos, haciendo gimnasia, un selfie frente al espejo… todas más o menos iguales) y decide si le gustan o no. A ver, esto es como cuando uno entra en un bar y echa un vistazo de esos de “como quien no quiere la cosa” para observar lo que se cuece.

Es criticable el sistema, por simplista, de acuerdo, pero tampoco es que nosotros seamos mucho más refinados en ciertas ocasiones. Aún así, estoy de acuerdo con un amigo, ajeno a estos experimentos, que señala que  la elección mediada por una pantalla no deja de ser artificiosa.

“Bueno, y aún queda la descripción”, me dicen misteriosos antes de marcharse. Pero esto ya será kilobyte de otro post.

  *No incluyo aquí las fotos por mantener el experimento. Pero vamos, que están en Tinder...

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