miércoles, 27 de abril de 2016

Tanto va el cántaro a la fuente...

Hacía tiempo que no perdía yo un vuelo y esta forma de hacerlo faltaba en mi colección.
Hay maneras mejores y peores, ninguna realmente buena, pero que te den con la puerta en las narices ya huele (y nunca mejor dicho) a cachondeo.
La vida, esa cosa que ocurre mientras nos quejamos o hacemos cola para pasar el control del aeropuerto, es así. Y te lleva por donde quiere.
Hoy, como tantas otras veces ha querido que recorra el camino de la vergüenza, ayer por un olvido, hoy por un descuido. Pero no demoremos más lo inevitable: Me han cerrado el vuelo.
Hace muchos años, aunque aún lo recuerdo, acompañaba a mi amigo Kentaro al aeropuerto, rumbo a Italia. Ibamos en familia porque yo entonces no conducía (ahora tampoco, hay cosas que no cambian nunca) y se nos echó la hora encima, como suele decirse.
Mi madre, con bellas artes y buenas mañas, logró convencer a la azafata de tierra para que le facturaran la maleta y Kentaro consiguió regresar a Turín según lo previsto.
Hoy he llegado al aeropuerto con bien de tiempo (los 75min de antelación, creo que demuestran que la lección está aprendida).
He facturado la maleta, no sin antes extraer 3 o 4 cosas y cambiarlas al equipaje de mano para no pagar los absurdos precios de penalización por sobrepeso, y me he dirigido al control previo al embarque.
Empieza la fiesta: de los 6 puestos que hay en el aeropuerto de Basilea sólo funcionaban 3. No os cuento hasta dónde llegaba la cola porque casi me tengo que quedar al pie de las escaleras mecánicas.
Ante la pasividad general se me ocurre decirle al vigilante: "¿Queda mucho? Tengo un poco de prisa" y acompañar la frase de una serie de pequeños gestos de intranquilidad dada la próxima aunque al parecer no inminente salida del vuelo.
Un gesto de negación y unas incomprensibles palabras de calma; algo así como "tienes tiempo de sobra, no te agobies", me alejan de ese maravilloso mundo de "los que se saltan la cola por todo el morro" y me digo a mi mismo; "tenía que haber hecho como ésa, que se ha colado por debajo de la cinta como si nada". Pero no lo hago.
Y luego llega la elección fatal. Con tres colas largas por igual, un tremendo error de visión me catapulta a "la fila más lenta" en la que hay una familia con tres niños y dos carritos de bebé. Ni en los mejores momentos de Mr Bean he visto una cosa igual: 20 minutos intentando desmontar el carro para que pase por el visor de las maletas (¡señores, es un carrito de bebé, por muy plegable que sea, no cabe!) hasta que finalmente lo pasan por el detector de personas. Si no ha habido aplausos es porque todos teníamos la misma prisa o porque en Suiza no les hace gracia el hunor inglés.
Ya ni me acuerdo de la hora. Paso el control (me revisan no sé qué de la maleta) meto el ordenador de nuevo en la maleta, me calzo, me pongo el cinturón, el reloj, las llaves, el móvil...
Miro la pantalla y... vuelo con destino Madrid CERRADO.
Atravieso el duty free como alma que lleva el diablo (si fuera una película habría música de Indiana Jones de fondo y se caerían todos los expositores de los golpes que les daría con la maleta) y llego a la puerta de embarque.
Nadie. No, un momento, dos azafatos. Saludos de cortesía: "Hombre, Señor Yubero, ya por aquí, le hemos llamado cuatro veces y al ver que no llegaba hemos cerrado el vuelo"
Pe... pero... mi maleta, el control, el avión...
Así es, el avión está ahí, sí. Mi maleta no. Ya han avisado de que no estaba entre el pasaje y la han devuelto al aeropuerto.
Ni gritos, ni insultos, ni desesperación... me he quedao flipao.
Menos mal que no es el primer vuelo que pierdo y que todo se arregla con unos euros en este mundo capitalista. 
Como le dijeron a Larra, ya volveré mañana.

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