viernes, 11 de junio de 2021

Comentarios - Sábado, domingo

Después de varios meses intercalando libros que tenía en casa con préstamos virtuales (o sea, lecturas en pdf) volví a la biblioteca y me llevé tres novelas de golpe. Ésta es la tercera de ellas y la que más me ha soprendido. No conocía a Ray Loriga más que de oídas y no precisamente por sus novelas, sino por el cine así que no albergaba grandes expectativas. Supongo que eso también influye.

El caso es que la novela que presenta el autor es un relato en primera persona narrado en dos momentos vitales diferentes, los 18 y los 43 años más o menos. Y lo maneja de maravilla, jugando con la evolución del personaje tanto en el propio lenguaje del protagonista como su personalidad e interacción con el resto de secundarios de la trama. Así, en la primera parte del libro, el sábado, dice:

"A lo que íbamos: eso de suspender matemáticas le puede pasar a cualquiera, y tampoco es cuestión de darse gran importancia. Hay quien suspende tres asignaturas y se cree el Che Guevara. No es mi caso.

Chino suspendía mucho más, y le daba aún menos importancia. Chino suspendía seis o siete todos los años y se quedaba tan ancho; había ido ya a cinco colegios y le amenazaban constantemente con mandarle a uno de esos internados que son como correccionales para niños ricos, pero todo eso le traía al pairo."

En el segundo capítulo, el domingo, aterrizamos en el año 2013 (el anterior era el verano del 88) y el protagonista, del que sabremos el nombre casi al final de la novela, nos resume los cambios en su vida, pasando de la escuela al ámbito laboral:

"Conseguí otro trabajo, un poco más serio que lo de los vinos o los ambientadores, pero mucho más aburrido, como representante de una firma de software para edición. La maquetación estaba cambiando, el mundo estaba cambiando, yo estaba cambiando, aunque no sé si a mejor. Me costó una barbaridad hacerme con las nuevas tecnologías del viejo oficio, pero lo medio domé. La paga era sensata y al menos pasaba más tiempo en casa, mirando cómo crecía la niña impaciente. Temiendo lo que pensaría ella de mí cuando me conociera de verdad."

La ambientación de la novela recoge el Madrid de la alta burguesía, un entorno en el que nuestro personaje parece un niño rico sin más recurso de socialización que el dinero, con una honda vida interior y la característica introversión de los artistas. Por ese ambiente continúa en la segunda parte, tras 25 años, eso sí, con la bofetada de la vida a alguien mediocre en sus ambiciones pero que sigue queriendo pertenecer a ese mundo.

Además del protagonista y de su amigo Chino hay otros dos personajes importantes, dos mujeres, Gini y Fernanda, que también aparecen en ambos momentos de la novela. Ellas son modelos de éxito y progreso, al menos económico, que el protagonista a medias admira y a medias envidia, en la línea de los "problemas del primer mundo" que suelen encerrar profundas huellas vitales en quienes los tenemos.

La poesía que ofrece el relato es directa, casi callejera, con la dureza del mundo urbano e insensible chocándose constantemente con la vida interior y el lirismo de quien quiere trascenderlo. Al principio del domingo he encontrado, creo, uno de los mejores ejemplos.

"La semana pasada murió mi hermano. Mi madre esparció sus cenizas en el Mar Mediterráneo, en un recodo de una playa de Málaga; era de noche y nadie nos vio (...). No funcionaron ni los exorcismos, ni los electroshocks, ni las psicoterapias, ni el millón de pastillas que lenta, y no dulcemente, llevaron a mi pobre -que no inocente- hermano a un estado semivegetal, lo inflaron como un globo y al final lo hicieron reventar de un infarto de miocardio, como una piñata de locura.(...) Mi madre esparció sus cenizas..., lloró con desconsuelo, metida en el agua fría hasta la cintura, y maldijo a no sé cuántos dioses distintos mientras yo me congelaba dos pasos por detrás, con el suave oleaje salpicando mi traje negro y mi corbata de entierro."

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