jueves, 12 de enero de 2023

Diarios de un lector a tiempo parcial: Irse de casa

 Año nuevo que voy a estrenar reestructurando mis comentarios. El propósito es como ya lo he ido apuntando circunscribirme al acto en sí de la lectura, que por supuesto estará mediado por el libro. Un propósito que no es otro que el de forzarme a escribir, siquiera en forma autobiográfica, lo que podríamos llamar Diarios de un lector a tiempo parcial.

Volví a casa de mi madre por Navidad después de tres años, entre pandemias y demás. Llegué de noche y sin un libro en la maleta. No fue lo primero ni lo segundo que hice al llegar, pero antes de acostarme, y mucho antes de preocuparme de la calefacción del cuarto, me dirigí a la biblioteca para elegir un libro que leer ¿puedo, mamá? Claro, y llévatelo si no lo terminas, ya me lo devolverás.

Con la cantidad de veces que me he marchado, un título como Irse de casa me llamó la atención, pero lo que más gana me dio fue su autora, de la que leí la penúltima novela, Lo raro es vivir. Quizá las fiestas navideñas no sean el momento más indicado para leer nada y menos algo como Irse de casa, porque las 100 primeras páginas me entretuvieron del nacimiento a los reyes magos. Sin embargo volver a la rutina, el crescendo de la novela y una noche de insomnio fueron suficiente para concluirla en 4 días.

Mis cambios también he tenido, que he dejado mi "casa" laboral por hacer hogar en mi nueva tierra gallega, aunque no me plantee por el momento cambiar de dedicación. Por cierto, varias secuencias descritas cinematográficamente me inspiraron con su teatralidad posibles puzzles que componer este año (el del yo, el del hombre, el del no...)

Pero vuelvo a estos cuatro días, que han sido de fascinación por una prosa poética y gamberra, de vidas cruzadas con grandes secretos y vidas vividas con grandes silencios. Una novela que solo se termina cuando se tiene el valor de irse de casa por Navidad. Que me ha gustado tanto como para reconocer que creí no terminarla y alegrarme de mi insistencia y de mi deambular perdido.

No me puedo resistir a mantener como rémora de mis comentarios, un par de transcripciones del libro. Pasajes breves, eso sí:

Era una iglesia inhóspita, de extrarradio con forma de carpa de circo pero de cemento, y una cruz arriba afilada y delgaducha a modo de pararrayos. Dentro no había nadie, Dios tampoco, ni Dios; le pareció más absurda que nunca su persistencia en invocarle.

A mediados de agosto, Manuela Roca empezó a notar con desolación que por las mañanas al despertarse -cada día más temprano- no recordaba tener ningún pleito pendiente ni se sentía agraviada por nadie, certeza que se iba convirtiendo en hormiguillo y le impedía volver a cerrar los ojos.