martes, 21 de marzo de 2023

Diarios de un lector a tiempo parcial - La autopista Lincoln

 Segundo libro de Amor Towles que me leo en menos de un año, tras su Caballero en Moscú (que aún espero ver en la futura serie de Ewan McGregor, antes Kenneth Branagh) que irradia, al igual que éste, socarronería y emotividad por cada una de sus 500 o así páginas).

Cuán difícil es en realidad saldar una deuda, tanto si está en el debe como en el haber, porque al riesgo de contraerla si la reclamación es desproporcionada, se suma y contrapone el de no ser lo bastante honesto como para reconocer la propia y dejar la contabilidad a cero.

No es la economía la ciencia más humana para hablar del equilibrio de las emociones humanas y sin embargo este broker convertido en novelista especula con toda una gama de sentimientos a través de sus personajes (la mayoría bien construidos, la mayoría hombres) para ir aumentando el valor de su relato hasta alcanzar, cómo no, el digno reconocimiento del mercado.

Me divierto pensando en otros ejemplos como el de Michel Vinaver y me pregunto cuántos escritores (o escritoras) dan un giro a su vida para dedicarse a invertir en bolsa o dirigir grandes empresas. Y dudo que sea por falta de estudios "especializados", apuntando, románticamente, a una ausencia de verdaderas emociones, las que trae la creación de personajes eternos que a menudo reflejan cada una de nuestras vidas posibles.

Diarios de un lector a tiempo parcial - Sostiene Pereira

 Casi me da vergüenza denominarme lector tras conocer a los personajes de Tabucchi. Por no hablar del tiempo parcial, que al menos este último mes sería más robado a la vida, por su inconstante distribución y desigual densidad.

Por suerte, topa uno con esta lectura en italiano y se permite viajar al pasado y recorrer por igual Lisboa y Torino como el turista que vuelve, contraviniendo una norma no escrita del aprovechamiento consumista de nuestro bien más escaso, aunque solo sea por la imposibilidad de medir cuánto tenemos.

Yo creo, y Pereira sostiene, que vivimos nuestra vida fugaz en un tiempo y un sistema perdurables, y que muy probablemente, mal que nos pese, no veremos un gran cambio de este a lo largo de aquella. Tampoco, sostiene (o sostendría) Pereira, podemos abstraernos de la realidad presente y sus característicos dolores, y ello puede (mejor aún en condicional) empujarnos a ambos lados del fino hilo que separa la acción del desconsuelo, el compromiso de la renuncia, la consciencia de la ignorancia.

Claro que no es lo mismo tener una guerra concreta, con su sangre, sus balas, sus odios, en el país vecino que una emergencia climática, tan invisible como inevitable, en todo el globo; pero si ello no basta para sostener la voz y el impulso de todas las Pereira que alguna vez se hartaron de régimen acabaremos en otra lucha fraticida por la energía, los alimentos o el agua.

Y no es una cuestión de tiempo, ni de dinero. Es una cuestión de implicación, de justicia.